No tenemos símbolos fuertes que nos identifiquen, nuestra bandera está en constante evolución y la última, con su nuevo escudo, data de hace cuatro días (1981); un himno con sus altibajos, cambios y desgastes desde el siglo XVIII, pero sin una letra que nos haga vibrar; la monarquía en entredicho y con sus vaivenes, siempre en el punto de mira de los republicanos. Para identificarnos como españoles necesitamos recurrir a lo más efímero, el toro de Osborne, el abanico, la tortilla de patatas o la selección española de fútbol. Y vivimos en una España «unida» desde hace más de cinco siglos que sigue sin identificarse como una única nación.

Los poetas españoles pueden servirnos como enseña porque han sabido enarbolar un espíritu crítico y al mismo tiempo esplendoroso de una España que se lleva en las entrañas y en el corazón. Miguel Hernández y su madre España: «Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,/con todas las raíces y todos los corajes,/¿quién me separará, me arrancará de ti,/ madre». Rafael Alberti galopa por las tierras de España: «A corazón suenan, resuenan, resuenan/las tierras de España, en las herraduras». Antonio Machado antes de que se sufriera la guerra civil, ya nos hablaba de dos Españas sin esperar que llegara ese fatídico día del enfrentamiento fratricida, porque sus Españas eran la que moría y la que bostezaba, no la de españolitos rojos o azules, de izquierdas o de derechas.

Estamos inmersos en una época convulsa de desorientación que nos encamina hacia el absurdo. Crisis económica, aires de guerra devastadora gracias a la sinrazón de dos personajes siniestros, deseos y acciones secesionistas y pérdida sintomática de la calidad de vida de los ciudadanos entre otros muchos efectos indeseables que promocionan aún más la segregación. Sabemos que no es sencillo encajar las piezas del puzle para garantizar una solución satisfactoria para todos. También sabemos que nuestra clase política sigue demostrando que no es capaz de engranar la unidad de España, inmersos en los rifirrafes que los caracterizan, alejados de las preocupaciones de los españoles y enzarzados en sus disputas por alcanzar o mantener el poder.

A pesar de todo, la fuerza de la unión se consigue a través de la palabra. Sin ella nos quedamos desnudos y somos capaces de desoír a la razón. No debemos dejarnos llevar por los despropósitos de unos pocos y que las mayorías padezcan sus embates. Si no tenemos símbolos tendremos que perseguir nuestras metas mediante la palabra, defendida por Blas de Otero: «Si abrí los labios para ver el rostro/puro y terrible de mi patria,/si abrí los ojos para desgarrármelos,/me queda la palabra».