Hace unos quince años, mi amigo Pepe Orts me pidió una colaboración en un libro dedicado a una de sus obras más personales, el ilicitano y maravilloso hotel Huerto del Cura. Incrustado en un oasis verde y con una extensión horizontal que lo hacen único, el Huerto del Cura posee, además, una espléndida colección de arte. Pepe me indicó que dejara constancia de cada uno de los artistas que materializaron su obra en el hotel en unos breves renglones. Así, tuve que agudizar el ingenio para dejar mi impresión de profano en esto del arte sobre la obra allí representada de Julio Le Parc, Carlos Cruz-Díez, Eusebio Sempere, José Vento, Pepe Azorín, Sixto Marco, Bengt Lindstrom, Lucio Muñoz, Luc Peire, Luis Moragón, Rosa Rubio, Arcadio Blasco o Sol Pérez. De mi amigo Arcadio ya casi lo he dicho todo. O casi. Sobre Sol Pérez, mi amiga Marisol y esposa de mi amigo Pepe Orts, con los que tanto quiero, escribí algo así como: «Los cuadros cerámicos de Sol, donde el papel se integra en la composición alcanzando una dialéctica que refleja la sensibilidad y conocimiento de los materiales usados por la artista, nos obsequian con una estética de vanguardia junto al primitivo arte de la tierra». El citado texto, bien probablemente una cursilada al uso de las que se suelen escribir en las presentaciones de los catálogos y en los que se llenan el texto de generalidades que dicen poco sobre la obra del artista que presentan y que lo mismo sirven para un pintor de vanguardia que para un copista de Velázquez, tenía sobre todo un punto de razón: Sol tiene una enorme sensibilidad, y no solo como escultora; es capaz de modelar de una manera espléndida la tierra con la que elabora sus objetos, desde una concha marina, una pequeña muestra de su interesante exposición en la Sala Juana Francés de la Universidad de Alicante que se inaugura hoy, hasta una recreación de la Dama de Elche; desde las columnas representantes de las civilizaciones mediterráneas que han pasado por Torrevieja a lo largo de los siglos, hasta los brazos de los judíos del Misteri que se alzan, ya conversos, ante la Asunción de María, una magnífica escultura que se alza en la Casa de la Festa, en Elx. Sol Pérez, culta e ilustrada, buena conocedora de los artistas clásicos y de los más cercanos como buena pedagoga, hace suyo aquel célebre dicho de Braque: «Me complace la regla que corrige a la emoción» y, como el artista de Argenteuil, Sol lucha en sus obras contra toda exageración con ese innato sentido del que dispone y en el que aúna, nada fácil, créanselo, la disciplina y el buen gusto.

Pero si de escultores famosos estamos hablando, probablemente el que más influyó, y directamente, en la trayectoria artística de Sol Pérez fue el muchamelero Arcadi Blasco. Sol y Arcadi compartieron taller y amistad en Bonalba y Algorós. En los estudios de esos lugares, fogueándose al calor exterior e interior, Sol Pérez compartió las premisas del excelente artista y las hizo suyas, un Arcadi comprometido con el mundo injusto que le tocó vivir, sobre lo que es arte y su implicación en la sociedad. Sol pronto comprendió que los cuatro elementos con los que trabaja (agua, tierra, fuego y aire) merecen un perfecto diálogo y que los cuatro son inseparables. Tal como diría Arcadi Blasco, «la labor del ceramista es un proceso que forma parte de la naturaleza, ligado al camino del hombre como ser creativo». Y en ello está Sol Pérez.

Una vez leí que alguien experta en arte, Veronique Wiessenger, directora del Museo Giacometti parisino, opinaba «que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para poder comprender su trabajo y valorar su obra». Puede que sea verdad aunque, y esto lo creo yo, las impresiones de un artista, sus anécdotas, sus vivencias en suma, pueden detallarnos perfectamente su personalidad vital y, sobre todo, la profesional.

Sol Pérez, una chica setentona, aunque no lo parezca en absoluto, bella, radiante y simpática, rubia y de ojos color de ese mar que tanto le atrae y fotografía y modela diariamente en su estudio de la partida de Algorós, motivo principal, además, de la exposición que inaugura en la Sede Universitaria alicantina, se crió en Santa Pola antes de trasladarse para siempre jamás a Elx. De familia acomodada, bien pronto, conoció, novió y se casó con el abogado Pepe Orts. Los hijos comenzaron a llegar uno tras otro y Sol, como todas las mujeres de su generación, escondió en un baúl sus deseos artísticos y se aprestó a cumplir con lo que se esperaba de ella. Luego, con los hijos, cinco, crecidos, pudo comenzar a desarrollarse como artista. A lo largo de su andadura profesional ha practicado todas las técnicas: la alta y baja temperatura, el torno, los moldes, barnices mil, hasta que un buen día se tropezó con el que ella califica como un artista fundamental en su trayectoria, Enric Mestre, que le dijo algo así como: «vale, vale, todo eso está muy bien. Pero, ¿tú qué haces?». Esa pregunta la dejó algo más que perpleja. Cuarenta años después, Sol sigue descubriendo cada día en su taller el placer de la creatividad. Y lo del taller no es baladí, especialmente para esta artista ilicitana que está instalada en una contradicción: vive aislada de la población, allá en su estudio/taller de Algorós, pero comunicada con la actualidad de su pueblo y con ella misma. Independiente pero comprometida.

Cuando Sol decidió adentrarse en los insondables caminos de la cerámica, su aprendizaje comenzó en Agost, no sin antes salvar alguna irónica recomendación de que «el torn no es per a les xiques?». Posteriormente, completó sus estudios con, entre otros muchos, el italiano Nino Caruso. Tratando de comprender mejor ese mundo embriagador de la cerámica en el que se había introducido, Sol encontró en el arquitecto, ceramista y dos veces Premio Nacional de Diseño Manuel Durán Loriga algunos consejos que necesitaba. Luego, llegaron sus exposiciones, individuales pero especialmente las «llevadas en compañía», como a ella le gusta resaltar. Y en ello está. Les aconsejo la visita a la Sala Juana Francés de la Sede Universitaria en Alicante para disfrutar de la exposición de Sol Pérez, Marítimus, con un catálogo que contiene bellas fotografías de su obra e inteligentes textos de Jorge Olcina y de María Marco. Vale la pena.