Esta semana comienza la ciudad, realmente, a vivir. La procesión de alumnos que lánguidamente arrastran las mochilas por las calles marca el inicio del curso vital de la sociedad y su calendario. Seguramente, muchos padres se sientan culpables por desearlo con todo el alma. Pero, no hay que hacerse mala sangre. A fin de cuentas, después de unas largas vacaciones, es hora de volver a la rutina. Es bueno, incluso. Dicen algunos. Yo, al menos, como padre, lo estaba deseando.

Preparados ya para la tradicional liturgia política ad hoc, estos días asistimos a la clásica, manida y fosilizada valoración política del inicio de curso. Ésta se basa, en gran parte, en posiciones maniqueas que sólo cambian en virtud no de la realidad ?ésta no importa?, sino de si se gobierna o no.

Por mucha memoria que tengamos, los inolvidables disparates educativos del Partido Popular y, en particular, su hostilidad ?compartida sutilmente por Ciudadanos? hacia la escuela pública no les da un cheque en blanco al Pacto del Botánico por muy «nuestros» que sean. Esto último lo digo por «nuestros» sindicatos. Disculpen que siempre empiece mencionando al PP, pero, cuando se critica a la izquierda, es un requisito.

Rezo públicamente para que nadie se lleve a engaño. Creo que la situación en la educación valenciana ha mejorado. Era fácil, no obstante. Creo que hay mayor preocupación, empatía y comunicación. Lo creo. Incluso, por primera vez, en la Conselleria saben que Elche pertenece todavía a la Comunitat. Creo que han aumentado las becas. Lo creo. Creo que se han incorporado más de 1.400 profesores. Lo creo. Pero no creo ni en la resurrección de los muertos, ni en que la ratio se haya bajado a 22,5 alumnos como sostiene el conseller. No he visto a ningún resucitado, más allá de Pedro Sánchez, y sí he visto en mi centro cursos de 36 alumnos. Nuestra ratio en la ESO es de 27,14 alumnos por grupo, siendo en el primer ciclo de la ESO de 28,46. La realidad es muy susceptible. ¿Miente el conseller? La verdad es que no, supongo. Él habla de ratio por clase. Es decir, que computa todas las horas de los alumnos de toda la Comunidad teniendo en cuenta todas las asignaturas, también las optativas en las que los alumnos se dividen, los desdobles de algunas asignaturas, los distintos programas de atención especializada, etc. La realidad es que la educación es un proceso complejo que requiere de una visión de conjunto. Así, vemos que esos grupos de los que hablo, además de que la mayoría de las horas lectivas se imparten con el grupo entero, cuentan con un tutor para llevar a cabo la tarea más importante ?por cierto, nunca suficientemente reconocida por la Conselleria-. Por lo tanto, no es lo mismo una ratio de 22,5 por clase, que por grupo. Y el conseller lo sabe. El aumento del profesorado no es un acto de generosidad, sino que se debe, en gran parte, a la necesidad de reposición.

Sin entrar en más detalles, lo podríamos resumir en que, pasado el ecuador de la legislatura, queremos ir viendo lo prometido y el restablecimiento, al menos, de la situación previa a la crisis. Y si, de paso, quitan los barracones, ni te cuento.

Quisiera señalar, en cambio, uno de los programas presentados por esta Conselleria que más me han llamado la atención, en primer lugar, por la ausencia de crítica sindical, política y social: el Banco de Libros o la Xarxa Llibres. Es el sistema para financiar los libros escolares. Partiendo del hecho de que se trata de un intento más racional, pedagógico y económico que el cheque-libro del PP, no entiendo cómo no se pone el grito en el cielo ante un sistema insolidario, injusto, insostenible y, en resumen, poco ambicioso pedagógicamente. El sistema consiste en que la Conselleria a través de los centros educativos compra directamente los libros de texto de aquellos alumnos que se quieran acoger. Los alumnos toman los libros prestados del centro y, al devolverlos en buenas condiciones al finalizar el curso, toman prestados los del año siguiente del propio banco de libros. Además del ingente trabajo que se añade en los centros al proceso de burocratización de la educación, esto ha supuesto un desembolso de 65,2 millones el primer año y algo más de 20 millones por año durante los dos siguientes. ¿Es progresista una medida que no discrimina según las necesidades sociales en la utilización de los fondos públicos en cuanto a los beneficiarios? ¿Qué ocurre con aquellos alumnos que, estando muy necesitados, no se acogen al programa por falta de preocupación familiar o por cualquier cuestión social? Aunque la reutilización es un paso adelante, ¿es sostenible y pedagógico pagar unos libros que van a cambiar en cuatro años con lo que supone desde el punto de vista ecológico? Evidentemente, existen muchas alternativas. En cualquier caso, resultaría más sensato, económico y pedagógico articular medidas para incentivar y aprovechar todo el trabajo que ya realizan los docentes, invirtiendo en la propia elaboración e investigación de éstos para la elaboración de un material compartido y en línea. Imaginen la riqueza de recursos que eso supondría. Sólo hay un problema. Ganamos todos, pero pierden las editoriales.