Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Palabras, palabras, palabras

Encontradas el jueves en entrevistas, editoriales y artículos de opinión de cuatro periódicos distintos y distantes: indefensión, rabia, amenaza, agresión, intolerancia, crueldad, locura, delirante, golpe tiránico, heridas, saltar por los aires, jornada trágica, topetazo, colisión, abochornante, atropello, autoritarismo, rencor, vergonzoso, ciega obcecación, provocación, destrucción y seguro que me dejo alguna más, todas ellas referidas a la votación en el Parlamento de Cataluña de la semana pasada (obvio: ninguno de los cuatro periódicos se edita allí), pero que, si se mira con detenimiento, hay muchas palabras que podían haberse aplicado también al 17-A y lo que le siguió hasta la manifestación y discusiones subsiguientes.

He hecho un ejercicio extravagante: he intentado ver si esas palabras se aplicaban a asuntos tan alejados y diferentes como los producidos por hinchas de equipos de fútbol, esos que son «menos que un club», practican el «arreglo» de partidos a efectos de apuestas, sobornan a los cargos (in)competentes para conseguir calendarios propicios, se dedican al comercio de carne humana que llaman jugadores (que, dicen, «no han llegado a 6º y sólo saben jugar al fútbol») y tienen «negocios colaterales» que es donde está lo más jugoso del tema. Evidente: no se aplican todas, pero sí algunas. Puede ser una casualidad o que nos encontremos ante efectos de una posible epidemia de «nihilismo». Vayamos por partes.

De entrada, se trata de tres asuntos muy diferentes entre sí. Por buscar, además de algunas palabras, su relación con la violencia es muy distinta: se amenaza en uno (nacionalismos), consiste precisamente en violencia (terrorismo) y tiene violencia, como es el caso del fútbol, de tanto en tanto. Después está el grado con que el adepto sigue a sus líderes. El menos preocupante, por supuesto, es el del hincha, definido como «persona que sigue con pasión y entusiasmo a su equipo favorito». Después está el nacionalista (catalanista o españolista, si se me disculpa la equidistancia querida y buscada), pero es mal endémico: « my country, right or wrong», mi país, tenga o no tenga razón (y caiga quien caiga), que se parece mucho a la adhesión a un equipo de fútbol, aunque con niveles muy diferentes y consecuencias todavía más alejadas del hincha. El nacionalismo, desde este punto de vista, es una forma de ser hincha de un objeto mucho más importante y en el que la violencia es, por lo menos, la llamada «violencia legítima» aunque también hay «terrorismo de Estado» y «asesinatos judiciales». El terrorismo, finalmente, por definición, es una práctica violenta que puede incluir la autoinmolación de quien lo practica. No creo que un hincha sea capaz de dar la vida por su equipo; hay, sí, nacionalistas que están dispuestos a ello («que morir por la Patria no es morir: es vivir» según reza el himno colombiano); en cambio la muerte, ajena o propia (por este orden) sí entra en el programa de quien practica el terrorismo, pero ¿nihilistas?

No sé qué dirían las enciclopedias clásicas (Espasa, Británica) o los clásicos diccionarios (Larousse, DRAE), pero un paseo por la Wiki me lleva a darme cuenta de que no son efecto de la «epidemia». Más bien, a pesar de las numerosas definiciones y autores que han tratado el término, se trataría de lo contrario. Si yo entiendo bien, esas definiciones incluyen siempre la negación de algo (valores, sentido de la vida, religión, ideologías) y ahí es donde encuentro algo de relación con los tres asuntos que intento comprender.

Se trata de reacciones ante una sociedad en la que está difundida una ausencia de valores, de sentido de la vida, de trascendencia y diagnóstico de su contexto. Sociedad nihilista, entonces. Las tres reacciones proporcionan sentido, trascendencia (se refieren a algo superior, como también las religiones), comunidad (club de hinchas, nación, célula) e identidad. Nada despreciables como proveedores de tales servicios.

Cuidado: intentar entender y comprender no quiere decir justificar ni, mucho menos, justificarlo todo. No puedo justificar la violencia en el deporte ni la guerra (o violencias de distinto tipo) entre naciones ni los ataques terroristas. Pero un viejo sociólogo casi olvidado estaría de acuerdo: nuestras sociedades se han hecho, como él diría, más «anómicas», más falta de normas compartidas, de valores, de metas comunes, en un paso de la vieja solidaridad pre-industrial a la solidaridad (si es que puede llamarse así) urbana e industrial. Los humanos somos una especie que se adapta bien a las nuevas circunstancias y busca instrumentos que le solucionen sus problemas, aunque con ello genere problemas mayores a otros y haya quien se aproveche de ello.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats