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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

¡Qué mundo tan feliz!

Me asaltaron imágenes del despliegue de un típico especial informativo. ¿¡Otra vez, virgen santa!? Pues, anda que no hay motivos para el sobresalto. Es bien sabido que amenazan tanto las catástrofes naturales como las antinaturales. Compruebo en un primer vistazo que, se trate de lo que se trate, han desplazado intrépidos reporteros a las puertas de donde, al parecer, se encuentran los protagonistas. Voy enterándome a retazos de lo ocurrido. Si no he entendido mal el espectador se halla ante la cuarta jornada de seguimiento intensivo tras el pelotazo de share alcanzado por lo sucedido en la tarde del sábado que, con cerca de dos millones de fieles, dejó al siguiente de la competencia a unos diez puntos de distancia. Mi cabeza se fue veloz a esa jornada pero, por muy artero que sea por parte de Puigdemont desplazar la responsabilidad de lo que ocurra el día de autos a los alcaldes, no me figuro a semejante cantidad de seres siguiendo al instante las ocurrencias de cuantos manejan el procés a pesar de permanecer convencidos de que es lo único que existe a día de hoy. Yo tampoco es que estuviese al quite de las historias patrias porque mi preocupación en esas horas consistía en no perderle la pista al Irma, ya que parte de mi gente podía llegar a tenerlo a tiro de piedra. La cabeza retornó a lo que emanaba la pantalla y entonces recibí la pedrada: la enorme cobertura venía a cuento porque Belén Esteban destapó que María José Campanario la había llamado para decirle que quería presentarse en su casa. Éste es el último eslabón de la realidad a la que multitud de hogares llevan enganchados una eternidad los siete días de la semana en los que Tele 5 no ceja de ordeñar la asimetría y, en esas salas de estar, no interesa nada más. Lo mismito que en el otro territorio. Parece que, en medio de la revolica, ya no hubiese ni fatigas ni desahucios ni necesidad de exigir la restitución del rescate a los bancos. Con el share así, para qué contarles. La única política es la que no se le escapa a nadie. Obviamente, la de campanario.

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