La base del totalitarismo es la educación. O la falta de ella. La genética del nacionalismo se basa en su supremacía con respecto al resto que no opina como ellos. Las democracias modernas se enfrentan a su propia existencia luchando contra el nacionalismo, que siempre es excluyente, aunque se vista de mona.

¡Ya está bien! Nunca más deberíamos consentir que se multase a un comercio por rotular en español. Y aquí se hizo, y el Estado, que somos todos, se puso de perfil. Claro que podemos dejar que se rotule el comercio de un particular en el idioma oficial que le rote. Pero obligarle a hacerlo en uno, es puro fascismo. Y multarle por no hacerlo en el que quieren los nacionalismos, una barbaridad intolerable.

Nunca más deberíamos dejar que se rotulen las calles y las señales de tráfico en un solo idioma. En las comunidades que tienen la riqueza de tener dos lenguas se ha de rotular en las dos lenguas. Pero hacerlo en una sola, especialmente cuando se hace con la autóctona, es un ejercicio de radicalismo intolerable.

Nunca más deberíamos dejar que una persona no pudiese impartir una conferencia en una Universidad, como han impedido los nacionalistas. Cercenar la libertad de cátedra con el método del escrache ?recuerden como persiguieron a Rosa Díez y a muchos otros- supone una bajeza moral y un atentado contra la libertad individual.

Nunca más deberíamos permitir que en un espacio público se quemasen banderas institucionales y retratos de personas elegidas democráticamente por el pueblo. Hacer eso, además de una falta de educación, debería ser perseguido. Si algún patán quiere mear la bandera española, lo tiene fácil. Se compra una en la tienda de los chinos más cercana y se mete en su casa y la viola, la quema y hace lo que le viene en gana. Que a mí me la bufa lo que hagan en casa, pero el espacio público no es de ellos solamente. Así que a quemar las banderas y las fotos que quieran, pero en su casa o en sus locales.

Nunca más tolerar el uso de términos que no reflejan la legalidad vigente. Cuando se usan los términos «paisos catalans» o «país valencia», se están prostituyendo los términos acordados por todos. Si queremos que nuestra Comunidad Valenciana se llame País Valenciá, se cambia el estatuto, si la gente lo quiere. Pero hacerlo para imponer un criterio político es la constatación de que algunos no quieren marcos de convivencia legales y respetuosos. ¿Orihuela y Elda en los paisos catalans? Un poco de por favor, iletrados.

Nunca más dejemos la educación en manos del nacionalismo. Si ellos quieren educar a sus hijos en el sectarismo, en la mentira histórica, en la falsedad documental, lo pueden hacer en sus partidos y en sus casas. Pero el Estado nunca más debe de ausentarse de promover la ciencia universal con rigor, y no con mentiras interesadas. Muchos años de adoctrinamiento han conseguido que el mantra de «España nos roba» sea catecismo universal de parte de los catalanes. Si Francia tiene un solo modelo educativo para todos, si lo tiene Alemania, o Italia, y hasta en China, el mero hecho de no tener una sola selectividad común dibuja hasta qué punto hemos aparcado el responsable cometido del Estado.

Nunca más conselleres que se saltan las leyes, o no las cumplen. El Estado nos defiende de los pederastas, de los trincones públicos, de los delincuentes y de los políticos que se saltan las leyes. Ayer mismo en este periódico el Conseller Marzà, fiel a su estilo nacionalista sectario, nos decía «el plurilingüismo es irrenunciable y haremos lo que haga falta con el instrumento que sea». ¡Joder como los separatistas catalanes! ¡Qué más da lo que digan las leyes, o los tribunales! ¡Abajo la separación de poderes!

Nunca más diga usted que los problemas del nacionalismo no son suyos. Porque cuando el Estado reniega de su labor de cumplir y hacer cumplir la ley, vienen los «madremías». Y antes de que volvamos a vivir unos contra otros, recuperemos el Estado. El que queramos todos, no unos cuantos. Si hay educación libre, una familia podrá educar a su hijo en el idioma que quiera. No en el que le diga el político. Los derechos no se venden a las ideologías políticas. Ni votando.