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Tomás Mayoral

Opinión

Tomás Mayoral

Manos

Los seres humanos estamos tan bien hechos (unos mejor que otros, bien es cierto) que hasta que no hay que reproducir mecánicamente algo tan sencillo, en apariencia, como la capacidad prensil de una mano, no nos damos cuenta de la complejidad que hay detrás de esa aparente sencillez. No se trata sólo de coger objetos y sujetarlos, sino de aplicar la presión adecuada a cada uno, en función de su dureza y de su peso, para sostenerlos sin que se caigan y, por supuesto, sin romperlos. No puedo hacerme una idea, viendo la imagen que ilustra esta información, en la que el robot sujeta una esponja y un tubo de cartón de una conocida marca de patatas fritas, de cuántas miles de horas de trabajo y programación hay detrás de algo tan sencillo en apariencia y, sin embargo, tan difícil. Por supuesto, cuando además el objetivo de todo esto va mucho más allá: nada menos que a construir robots útiles en la industria del calzado. Estamos ya en una segunda fase en la robótica: la de las aplicaciones concretas a sectores productivos o a funciones que desbordan el concepto que hemos tenido hasta ahora de lo que es un robot. Estamos muy preocupados por si los robots acabarán quitándonos el trabajo. Puede que sea razonable porque es un horizonte que está ahí. Pero deberíamos estar más pendientes de valorar en lo que vale el trabajo, muchas veces callado y sordo, de investigadores como los que aquí mismo, en la Universidad de Alicante, se empeñan en construir el futuro. Su esfuerzo investigador y la complejidad de lo que hacen a veces pasa inadvertido. Como lo que se esconde tras ese aparentemente simple movimiento que hace cerrarse una mano.

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