Es lo que tiene la fama, la riqueza y la alta autoestima sobrevenida, que tienes la puerta abierta al mundanal ruido, a los festorros épicos y a una eterna dolce vita. La bragueta siempre presta y el cimborrio en sazón. Los pobres hacemos lo que podemos pero el destino nos llamó más por la senda de Onán (más barato e intimista, dónde va a parar) que por la de Venus. Para pillar cacho por esta vía sólo nos valíamos del encanto personal y unas pinzas en el dobladillo del pantalón (eso el que tenía bicicleta), que solían revertir en una calabaza de colosales proporciones.

Los famosos con pelas y sonrisa blanco nuclear suelen tener querencia a las tablas del despilfarro, la apariencia, el capricho y a darle gusto a la gónada casi avariciosamente. Así, cualquiera. ¡Qué bárbaro, tú. Qué forma de arrimar! Hombre, la verdad es que envidia dan un poco pero, (y vaya lo uno por lo otro) lo bueno que tenemos los pobres buscavidas que le hemos dado más a la autocomplacencia que al arrimo con estrambote es que no nos salen hijos como «esclatasangs» por las esquinas. Y si alguno nos sale de rondón no nos buscará, según lo más probable, que el repentino amor paterno suele acomodarse más a la cartera y heredades que a los mimos y carantoñas.

Los furibundos amantes, insaciables glotones del mujerío patrio y aún foráneo, suelen ser toreros, cantantes, actores, eméritos de algún oficio absurdo y muelle. En la cuenta de los picaflores no suelen haber, por lo común, ni albañiles, ni parados, ni carpinteros, ni soldados sin graduación. Caprichos del amor, o del rijo desatado, vaya usted a saber.

A la penúltima criaturita a la busca del padre perdido no creo que le haga mucha falta el test de ADN. ¡Coño, si son dos gotas de agua! Recuerdo que, cuando Julio Iglesias aún no era Julio Iglesias, a penas un lánguido, ñoño y cutre trovador, nos reíamos de un vecino, tirando a gañán y primitivo que bebía los vientos por el cantante y ponía el mismo cassette a toda leche una y otra vez. Pues mira lo que son las cosas, al tipo no le faltaba olfato. Veía venir de lejos el éxito de lo mediocre y así seguimos, Wendoline, maja.

Bien, pues andando el tiempo a Julio Iglesias lo hicieron Julio Iglesias y siguió siendo cutre, ñoño y lánguido pero con pelas y las puertas abiertas al despiporre. Al tipo se le subió tanto el pavo de la fama, que no acertaba ni a hablar. Ni a cantar, pero esto venía de antes. Ahora al famoso le ha salido otra fotocopia, otra fotocopia con ganas de trincar coyuntura y de que le abran las puertas del Hola, los platós y la entrepierna de alguna advenediza (¡Rayos, qué estoy haciendo. Me he convertido en un cronista rosa!)

Algo parecido pasa con las damas al avío, esas que se arriman a carcamales de prestigio. Suelen ser de mediana edad, monas, con cierto caché y deshechos de tienta (perdón, qué feo lo he dicho) pero tienen una extraña habilidad para subirse a la corona de los laureados. Son el báculo de los últimos días de los dinosaurios exquisitos, de aquellos que con una pluma y una resma de papel, reinventaron el mundo. Tanto puede darles un Planeta que un Nacional de Literatura pero, si rascan un Nobel, miel sobre hijuelas. Creo que a estas flores de prístina pureza la literatura se la trae al pairo. No quiero pasarme ni pecar de acusica, pero todos los indicios me llevan a estos corolarios.

Mientras tanto, en un país deforme, dormido, asqueado y arruinado, los que nos apañamos con nuestras maniobras orquestales en la oscuridad, un tiento a la coima legítima de cuando en cuando, un beso en la frente. Los que no tenemos padres olvidadizos a los que sacarles las mantecas ni ilustres ancianos a los que acaramelar, seguiremos buscándonos la vida lo más dignamente posible. Mientras la vida continúe, sigamos con el cuento aunque, es de creer, el cuento de algunos es demasiado cuento.