A principios del siglo XIX los padres ingleses solían decidir la futura profesión de sus hijos. El de Charles Darwin, un médico acomodado, decidió que estudiara medicina en la Universidad de Edimburgo, pero allí descubrió Charles que lo que verdaderamente le gustaba era la historia natural. Pensó entonces en convertirlo en párroco anglicano, profesión ejercida por varios familiares y que aseguraba una vida cómoda y mucho tiempo libre a los aficionados, como Charles, a la historia natural, la literatura o la caza. Con la intención de prepararlo para clérigo, lo matriculó en un Grado «ordinario» de la Universidad de Cambridge, con un currículo basado en tres materias: matemáticas, teología y literatura clásica. Charles, aunque era un alumno aplicado, volvió a dedicar la mayor parte de su tiempo a la historia natural, convirtiéndose en el mejor alumno del reverendo y botánico John Henslow (H. en adelante), del Trinity College, con quien mantuvo una interesante correspondencia antes y durante los cinco años de su vuelta al mundo, iniciada cuando contaba 22 años, a bordo del famoso bergantín Beagle, un viaje realizado a expensas de su padre (quien pagó anticipadamente 100 libras por dos años de alimentación al capitán FitzRoy, un prestigioso marino pocos meses mayor que Charles). «Las Cartas del Beagle: Charles Darwin» (Fondo de Cultura Económica, México, 2014) recopila la correspondencia entre Darwin y su mentor H., junto con las cartas intercambiadas con la familia y amigos, algunas de ellas más que curiosas, valga como muestra el siguiente comentario a su hermana Caroline (24/10/1832), relativo a su estancia en Buenos Aires: «Nuestra diversión mayor era andar cabalgando y admirando a las damas españolas. Después de ver a uno de estos ángeles deslizándose por las calles, musitábamos involuntariamente: "qué bobas que son las inglesas que no saben caminar ni vestirse". Y al mismo tiempo, qué feo suena Miss junto a Señorita. Lo siento por todas ustedes, pero a toda la tribu [en referencia a sus hermanas y amigas] le haría mucho bien venir a Buenos Aires».

Pero vamos ya al objeto de esta pieza: la relación de Darwin con las matemáticas, una disciplina considerada fundamental en la Universidad de Cambridge, donde no cabía mayor honor para un estudiante que obtener la nota más alta (wrangler) en matemáticas en el concurso anual que incluía todas las materias. Habiendo observado que los mejores especialistas en historia natural tenían una sólida formación matemática, decidió Darwin mejorar la suya, que consideraba insuficiente, durante la travesía, a pesar de no sentir gran pasión por esta materia: «¿tienes algún libro sobre trigonometría esférica? -preguntó a FitzRoy (4/11/1831)- pues espero leer algo de matemáticas durante estos tres años». Aunque le habían asignado un pequeño camarote de popa a compartir con otro oficial, por lo que «la necesidad absoluta de espacio es tan endemoniada que nada la puede superar» (carta a H., 15/10/1831), decidió Darwin cargar con una pequeña biblioteca matemática: «Después de considerar mis 11 libros de Euclides, y la primera parte del álgebra (¿incluyendo los teoremas binomiales?), ¿debería entonces empezar por la trigonometría, después de la cuál empezaría por la [geometría] esférica? ¿Hay realmente partes importantes en las Partes II y III del álgebra de Wood? Es una vergüenza que tenga que preguntarle, pero me sentiría muy agradecido si me escribiera rápidamente de todo ello» (carta a H., 30/10/1831). Un mes después añadía: «Le estoy muy agradecido a usted por su consejo sobre Mathematicis. Sospecho que, cuando esté luchando con un triángulo, desearé a menudo verme en sus habitaciones [del Trinity College] y, en cuanto a esos malditos y malhumorados números irracionales, no sé qué haré sin usted para conjurarlos» (carta a H., 15/11/1831).

De las palabras de Darwin se desprende que las matemáticas entonces utilizadas por los naturalistas se ajustaban bastante al programa del antiguo curso de acceso a las universidades españolas (PREU) que cursé hace 50 años, no hace falta decir que utilizando también tablas de logaritmos para efectuar los cálculos. Recuerdo que en el 1º año de la Licenciatura en Matemáticas, creada en Valencia por el gran Manuel Valdivia el año anterior, cambiamos dichas tablas por la regla de cálculo (instrumento que los lectores jóvenes pueden haber visto en algún museo de las ciencias), en 2º por calculadoras manuales y en 3º por un aparatoso ordenador IBM alimentado con tarjetas perforadas, así de vertiginoso fue el cambio tecnológico vivido a finales de los años 60, que también afectó a las herramientas matemáticas. Los triángulos esféricos quedaron en el olvido con la llegada de las nuevas tecnologías, pero biólogos y geólogos utilizan ahora herramientas matemáticas tan sofisticadas como el cálculo estocástico (en genética) o los sistemas de ecuaciones diferenciales y en diferencias finitas (en ecología), por no hablar de las ubicuas inferencia estadística y análisis de datos, con cálculos efectuados con gran rapidez por ordenadores tan potentes como diminutos. El mismo proceso de «matematización» se observa en el resto de ciencias naturales (física y química), en las ingenierías e incluso en las ciencias sociales (recuérdese la reciente concesión a nuestra querida compañera Carmen Herrero, doctora en matemáticas bajo la dirección de Valdivia, del último Premio Jaime I en Economía). No cabe duda de que las matemáticas mantienen, en las universidades más avanzadas, la posición central que ya ocupaban de los tiempos de Darwin.

Mientras tanto, ¿qué sucedía en la Provincia de Alicante? A los notables logros de nuestros grandes viajeros ilustrados, Jorge Juan (guardiamarina de 21 años incorporado a la expedición de La Condamine para medir el grado de meridiano en el actual Ecuador, 1736-1744) y Francisco Javier Balmis (médico de corte que llevó la vacuna contra la viruela a todos los territorios de la corona, 1803-1814), sucedió el cierre de la Universidad de Orihuela (creada en 1547), en aplicación del Decreto General de Clausura de Universidades de 1818, que se hizo efectiva tras el fallecimiento de su inspirador, el absolutista rey Fernando VII. Resulta increíble que hubiera que esperar a la restauración de la democracia para que la cuarta provincia española por población volviera a dotarse de una universidad propia. Pero aún hubo que esperar hasta 1997 para que la joven Universidad de Alicante (UA) lograra, pese a la férrea oposición del gobierno de la Generalitat, la creación de la Licenciatura en Matemáticas, gracias a la presión conjunta de profesores, alumnos de Bachillerato, sus familiares y los medios de comunicación independientes encabezados por INFORMACIÓN. No me parece casual que los magníficos rectores que presidieron -y defendieron a ultranza- la institución en fechas tan significativas, Antonio Gil Olcina y Andrés Pedreño, acabaran dimitiendo por desavenencias con las respectivas administraciones autonómicas (socialista y popular, respectivamente). La Facultad de Ciencias celebrará estas efemérides (la primera de ellas ligeramente anticipada) en el acto inaugural del curso «20 Aniversario Estudios de Matemáticas», que será impartido exclusivamente por egresados de la UA que prestan sus valiosos servicios en diferentes campos de actividad (les recuerdo que los matemáticos son los titulados españoles con menor tasa de paro, inferior al 6%, y que menos de un tercio de ellos son docentes, por debajo de la mitad que hace 20 años). En el acto inaugural de dicho curso, que tendrá lugar el lunes 11 de septiembre, de 9 a 10 horas, en el salón de actos Alfredo Orts, y que será de libre acceso, los dos ex rectores arriba mencionados evocarán los respectivos momentos fundacionales, mientras que el rector actual, Manuel Palomar, hablará del presente y futuro de las matemáticas en la UA. Pueden encontrar más información en la página web del Departamento de Matemáticas (https://dmat.ua.es/es/).