La sede de mi banco está en la nube o en Cataluña. Nuestros hijos trabajan en América para una empresa con sede en Chicago o Nueva York. Le compro la electricidad a una comercializadora radicada en Bilbao. Me abastece de agua una transnacional francesa, enmascarada como española y con sede provincial. Dictan el horario comercial desde Valencia. Me pagan desde la caja única, de momento, de la Seguridad Social en Madrid. Mi coche lo han hecho en España con tecnología alemana trucada, al que la Fiscalía no denuncia. Me encandilo y aplaudo como el que más con La Roja de Piqué y de Iniesta. Incluso digo que soy del Hércules, de Ortiz. A los amigos que más trato están en la red. Otros, los de tomar cañas, son del trabajo, del barrio o del fin de semana. El cariño lo cuidamos, mi pareja y yo día a día, en mi familia, y aun así mis hijos se tienen que ir a trabajar para murcianos, americanos, valencianos a cientos de kilómetros.

Durante siglos los mandamases han protegido con impuestos, aranceles o autarquía dictatorial sus florecientes y nada competitivos negocios: industria textil catalana, acero vasco, bancos madrileños, el naranjito valenciano, el olivar latifundista y, lo que más duele, la gestión de incompetentes. Cuando sus amigos los convierten al librecambismo (¿eso qué sera?) tienen que recurrir a la devaluación interna, una expresión críptica en la que estos y aquellos coinciden en aplicar a rajatabla. Los del centro y la periferia coinciden también en hacer la correspondiente ley para que ni trabajando lleguen muchos a final de mes. Y que se haga por decreto, sin debate, y sin invocaciones a la democracia, como si de un art.135 se tratara. Cuando tengo que comprar la energía, todos coinciden -hasta el canario que fue ministro- en que está nublado, que me olvide del sol aunque me saliera gratis la energía. También coinciden en que tengo que pagar más impuestos en la nómina, -incluso de jubilado- que los millonarios en Madrid o en La Coruña de sus beneficios. Los impuestos a los herederos son otra cosa que no pagan ni en la meseta ni en la costa. Afirman solemnemente que tengo que arreglar la pifias bancarias de la Banca Catalana, o del Madrid -banco de- y pagar fusiones, aportar financiación, encargar AVEs, barcos de guerra, subvencionar las grandes fincas con las aportaciones del Fondo europeo. Todo por salvar a España, a Cataluña y a cualquier nación que se ponga por delante. Ni rechistan los del centro, ni los de la periferia.

Después de recursos cantados al Constitucional, despreciando la mayoría ciudadana que aprobó la reforma del Estatut. Después de proclamas nacionalistas con mayoría de diputados en el Parlament, con desprecio a la mayoría social -el 52%- que no los respaldó. Después del dontacredismo político marianista anclado en el legalismo funcionarial de la vicepresidenta. Después de las ilegalidades repetidas, manifestas y advertidas por secretarios y letrados contra la Constitución y la propia normativa catalana. Después del iluminismo salvapatrias de unos y otros. Después del 3% y de la interminable Gürtel. Ahora sacan las triquiñuelas legales para salvar recursos, para parar proyectos. Nos ocupan días y días, semanas y semanas con temas que no son nuestro problema. No es nuestro problema, no porque lo diga yo, que lo digo; también lo dice el infalible CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Nuestros problemas son el paro, los problemas de índole económica, la corrupción, la sanidad, la calidad en el empleo, la educación, todos estos preocupan a entre el 39% y el 10%. En la cola están «la independencia de Cataluña» al 1'1%; «los relacionados con las autonomías», 1% ; «falta de acuerdo. La situación e inestabilidad política» al 0'8%. Algo más que votos tuvo la CUP.

En un mundo globalizado si se pelean hay que mediar. Toca hacer de cura. Hay que ser buenos, dialogar, poneros de acuerdo. Porque como nos descuidemos nos pedirán que los defendamos en la calle. Y eso sí que no. Apelando a la democracia por la que la mayoría no luchó. El banderín de enganche en que algunos no creen como han demostrado con ardides parlamentarios o amañados recursos, unos y otros. Dirán que defendamos la patria, incluso con la vida, la patria grande, la chica o la mediana. No quiero defenderlos ni a unos ni a otros, ni yo ni los desgraciados paganos de siempre. No es nuestro problema.