Hasta el más insignificante de los mortales tiene algo que contar, aunque lo más complicado es cómo hacerlo. En general somos bastante desmemoriados y recurrimos a signos y claves para no olvidar acontecimientos que, por algún motivo, queremos que perduren. En estos tiempos de nuevas tecnologías es mucho más fácil recordar. Es como si nos hubieran implantado un chip de memoria oculto que nos avisa de eventos que seríamos incapaces de rememorar sin su ayuda. Para ello utilizamos aparatos sofisticados como teléfonos, tabletas, ordenadores, relojes inteligentes, entre otros muchos, que actúan de memoria externa infalible.

Sabemos que las formas posibles de contar algo tienden al infinito, por muy anodino o insustancial que sea lo que queremos contar. Matt Madden, dibujante neoyorquino, nos demuestra cómo contar una historia insignificante de noventa y nueve formas posibles. Pero cualquiera de nosotros podemos hacerlo desde diferentes soportes, la narración oral o escrita, el dibujo, la gesticulación o la imagen. Lo importante no es el medio, es el resultado final, donde el mensaje es recibido e interpretado por el observador de turno sin ningún problema.

Cualquier persona tiene siempre un interés, ya sea consciente o no, de contarnos algo. Lo normal es que lo contable salga de su propia vida y lo manipule para darle la forma y el contenido apropiado y, por supuesto, deseado. El poder destacar desde el ángulo perseguido puede convertirse en un motor imparable, utilizando las estrategias y cualidades adquiridas para demostrar las destrezas. Un grafitero, por ejemplo, nos muestra su arte desde un punto de vista universal y transgresor, pero entre ellos respetan sus creaciones escrupulosamente aunque representen una mamarrachada.

Las tendencias de contar algo permanentemente y desde el propio cuerpo son una realidad colectiva en nuestros días. Los tatuajes están presentes en la cultura desde tiempo inmemorial y han estado asociados durante muchos años a diferentes grupos contraventores, de hecho durante la segunda mitad del siglo XIX los tatuajes eran fundamentales para identificar a los malhechores. Ahora, más del 25% de la población española con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años, cuentan con algún tatuaje en su piel.

Cuando le preguntamos a un tatuado de inmediato nos cuenta la historia de su «tatu». Los significados están ligados a algún acontecimiento de su vida que quieren recordar y, por supuesto, exhibir para que otros puedan tener acceso a el. Los menos son los que se tatúan por simple moda o querer destacar en algo. También están los que buscan una forma de interrelación a través de su mensaje en la piel. Está claro que todos tenemos algo que contar, lo complicado es cómo hacerlo.