Este verano, que desgraciadamente ya es historia, me encontré, por casualidad, en saldos y descuentos de una librería de Urbino, un ensayo de la filósofa francesa Simone Weil, «Nota sobre la supresión general de los partidos políticos», traducción del título original francés, y que la edición italiana titulaba con ardor mediterráneo «Contra los partidos políticos: sólo aquello que es justo es legítimo». Me imagino que para hacerlo más atractivo. Uno ya no sabe bien si estas cosas ocurren por casualidad o, en cierta manera, inconscientemente, uno va buscando cimientos sobre los que construir sus ideas ya preconcebidas.

Esta excepcional mujer, paradigma de la libertad de pensamiento que llegó a participar en la Guerra Civil Española a través de la Columna Durruti, escribió este ensayo en 1943. En él se cuestiona la propia existencia de los partidos a tenor del recorrido histórico de éstos en la Europa continental y de su propia naturaleza, que define como totalitaria en su germen y en sus aspiraciones, y si no lo puede en sus actos -sostiene- es por la concurrencia de otros partidos en los sistemas llamados democráticos; lo que no cambia, en definitiva, su esencia. Para llegar a esta conclusión, afirma que una de las características principales de un partido es su carácter de máquina de fabricar pasiones colectivas. Para ella, la ausencia de pasión colectiva es el una de las condiciones indispensables para que se pueda dar una auténtica voluntad general. Esto no quiere decir que algo sea justo porque lo quiere la mayoría, sino que sólo bajo algunas condiciones la voluntad de la mayoría tiene más posibilidades de acercarse a lo justo, y una de estas condiciones es que no se vea contaminada por esa pasión colectiva fabricada por los partidos que construyen su propia realidad.

Pienso, por ejemplo, en Podemos, y me pregunto si, precisamente, su fracaso a la hora de vehicular la voluntad popular de los movimientos sociales no radica en someterla, paradójicamente, a la guillotina robesperriana del aparato de un partido. Las batallas intestinas del partido púrpura en Elche son un claro reflejo de lo que ocurre también a nivel nacional y de cómo un partido tritura la democracia. No obstante, cualquiera que haya militado en un partido sabe de lo que estoy hablando.

Evidentemente, no vamos aquí a adentrarnos en qué entiende Weil por esas pasiones colectivas; aunque, seguramente, nos ayudaría a comprender mejor muchos escenarios políticos como el de Cataluña en la actualidad. Sin embargo, es lo que me ha venido a la mente cuando he leído estos primeros días de septiembre el periódico a propósito del inicio del curso político en Elche: cómo se fabrica una realidad y se inoculan en la opinión pública las prioridades arbitrariamente. Además de todas las cuestiones irresolutas de siempre, todo sigue igual y, lo peor, no se aventura nada más allá del clima bélicamente preelectoral que anuncian las posiciones atrincheradas. Los asuntos espinosos se enquistan y ya veremos si no se gangrenan. Por lo tanto, poca novedad.

El Partido Popular ha comenzado a soltar lastre: Mercedes Alonso ha pagado con la soledad del exilio interior su despótica visión de la política y su hijo político elige a otro apóstol de la fe cristiana como portavoz del grupo. Y no cualquier apóstol. Un boina verde del cuerpo de elite del Opus Dei. Aún nos queda la esperanza -virtud teologal- de que esto sea pasajero y no sea un mensaje de conservadurismo, porque lo tendría difícil para un futuro pacto en las próximas elecciones. No creo que Pablo caiga en el mismo error, porque parece que, al menos, escucha.

Por otra parte, los primeros en presentar sus retos políticos para este curso han sido los de Compromís per Elx y, cómo no, vuelven a la carga con su plan estrella de «Elx, Capital Verde». El plan para que Elche sea capital verde europea antes del 2030. Tienen paciencia los de Compromís. Esto es lo que podríamos llamar la política del eslogan. Esto sí que me parece un buen ejercicio de ilusionismo político y no me refiero, precisamente, a la ilusión que dicen querer despertar en los ilicitanos; sino más bien al arte de producir fenómenos que parecen contradecir los hechos naturales, como dice literalmente la RAE. Me gustaría que nos trataran como si fuéramos adultos y se centraran en los hechos naturales. Hechas las presentaciones, es hora de conocernos. Ese sería su mejor aval para las próximas elecciones. No sé si queremos o no ser capital verde, lo que sí sé es que queremos la transformación sostenible que prometieron. Quedamos a la espera.