El cerebro humano es, probablemente, la estructura más compleja que existe. En la actualidad sigue conservando enormes secretos. Pero de todos ellos, quizá el más misterioso sea la glándula pineal. Su aspecto físico, cortada en sección, recuerda enormemente al ojo que tantas veces aparece en los jeroglíficos egipcios. En conjunto tiene forma de piña (de ahí su nombre), la misma que aparece en el Báculo de Osiris, de la cultura egipcia, en el ser mitológico Enki, de la cultura sumeria, en el Cono de Pino del Vaticano, en la cabeza de Shiva, el dios hindú, en la de Buda, y en el bastón de Dionisio de Grecia.

Mediante la producción de melatonina y serotonina, la glándula pineal, regula los ciclos de sueño, y nuestro reloj biológico, siendo sensible a la luz. En otros animales controla los cambios estacionales, como la hibernación, la emigración, la época de cría, etc. De hecho, algunos biólogos evolutivos creen que es la evolución del tercer ojo -llamado ojo parietal-, hoy perdido en los humanos, pero que sí conservan otros animales como la tuátara, un tipo de lagarto que vive en Nueva Zelanda. Este es el origen del símbolo que los hindúes se dibujan en la frente, representando el «despertar».

Tal es su trascendencia, que existen dos revistas científicas dedicadas exclusivamente a este tema: la Journal of Pineal Research y la Pineal Research Review. Según el filósofo del siglo XVII René Descartes, la glándula pineal es la estructura mediante la cual el alma se comunica con el cuerpo. Además, existe una curiosa coincidencia: según el doctor especializado en psiquiatría Rick Strassman, esta glándula se forma a partir de la séptima semana dentro del feto (el mismo momento en el que se identifica el sexo); y también son exactamente 7 semanas el tiempo que, según el Libro tibetano de los muertos tarda un ser humano en reencarnarse.

Por si todo esto no fuera lo suficientemente extraño, añadamos que, según el hinduismo, existen unos centros de energía situados en el cuerpo humano: los chakras. Pues bien, el séptimo chakra no es ni más ni menos que el Sahasrara, localizado en la membrana del cráneo, en la coronilla. De él se dice que regula nuestra energía más puramente espiritual. Es la fuerza que nos abre a la iluminación, a la conciencia universal y está vinculado directamente con la glándula pineal.

Como vemos, son innumerables los indicios que nos hacen suponer que las características de esta región de nuestro cerebro son muy especiales, pero queda un largo camino hasta que la ciencia llegue a conocerlos. Tal vez un camino que nos lleve a descubrir lo mismo que nuestros antepasados anunciaban.