En puridad ser agnósico significa que la existencia o no existencia de Dios es un tema irresoluble para la razón humana. De modo que, como decía Tierno Galván, el agnóstico se instala en la inmanencia y no entra en temas teológicos. Sin embargo declararse ateo va un poco más allá. El ateo afirma que la proposición «Dios existe» es falsa. Pero además de ser falsa, dicha por un ser humano es una mentira interesada. Es decir, el ateo añade una valoración moral: quien tiene interés en que creamos en Dios nos está intentando engañar en virtud de algún plan no siempre confesado. De modo que el ateo está convencido de que la mera creencia en Dios, y las creencias y conductas que de esta creencia se derivan, son, per se, nocivas para el individuo y/o para la sociedad. Marx considera la religión como opio del pueblo: placebo antirrevolucionario, Nietzsche como un elemento que debilita la voluntad de vivir y atrofia la capacidad estética de los seres humanos y para Freud la cuestión religiosa está involucrada en casi todas las neurosis. Ergo, un mundo sin Dios y sin religión sería mejor para todos.

Pero más allá de la denotación objetiva de los términos, las palabras tienen también matices y connotaciones que el habla, algo vivo y dinámico, no puede evitar. Mi admirado Gustavo Bueno solía decir que cuando un no creyente se declara agnóstico viene a significar que, más allá de su creencia o no en Dios, no se va a mostrar combativo en el asunto. Allá cada cual con su fe. Pero cuando un no creyente se declara ateo, la cosa cambia. Si en una conversación alguien dice soy ateo, se dispone a entrar en guerra dialéctica con aquellos que afirmen que Dios existe.

De modo, que siguiendo a Gustavo Bueno, agnóstico y ateo son también actitudes que un no creyente puede poner en práctica según y cuando. Ni el «ateo» anda siempre batallando (algo agotador) ni el «agnóstico» es siempre un indiferente y cachazudo Buda. Un «agnóstico» es un ateo que ocasionalmente no quiere batallar y un «ateo» es un agnóstico al que algunos creyentes ya le han irritado demasiado. Ser no creyente y creyente a la vez es incoherente. Pero que un no creyente se muestre tolerante o combativo con conductas o ideas que su oponente creyente desarrolla según el caso, no lo es. A la mayoría de los no creyentes les es indiferente que alguien crea en Dios o que se rece tres, cuatro o cien veces al día. Ya sea a Zeus, a Jehová o a Alá. Pero a la mayoría de los no creyentes que conozco no les es indiferente que en nombre de una religión se limiten libertades básica, se justifiquen actitudes machistas o se den clases de religión en la escuela pública (cualquier religión) por poner ejemplos suficientemente claros, creo yo. En este último caso muchos no creyentes asumen una actitud atea y combativa. Y es normal que así sea si se ama la libertad más que a cualquier Dios.