Mi vecina Paqui conoció a su marido una noche en Bugatti. Recuerdo que cuando se hablaba de amor y sexo por la noche en la SER en el programa Mayores sin reparos, con el Abuelo (conductor del programa), muchos coincidían en que conocieron a su amor en el Paradiso, en Liberación o en Pirámide, discotecas de moda de la época.

Todos tenemos una época nictófila (atracción por la noche y la oscuridad), un momento o años donde casi nunca ves el sol, que llegas a las tantas y solo el hambre te hace despertar para llenar el buche. Te vas de marcha noctámbula día tras día, cada «finde» y, sobre todo, en verano. Es decir, lo que ahora hacen nuestros hijos nictofílicos.

Esa etapa la echamos de menos de vez en cuando y nos decidimos a salir, 20 años después, como si nada hubiera cambiado, esperando encontrar a las mismas personas, en los mismos lugares o en sitios parecidos... y en Alicante va y pasa.

Vas por el tardeo y están allí, los mismos que estaban antes, pero con otras caras, más flacos o más gordos, todos más mayores. Te ven, te reconocen y te saludan como si todavía organizaras fiestas de estudiantes en Liberata con Pascual, Sergio y Soriano o como si llevaras aún las RR PP de Bugatti con Pitu y Claro.

Lo del verano también era espectacular: Picapiedra, Va Bene, Copity, Le Palé, Liberación Campello, (¿si pongo Gallo Rojo o Gallo Verde pareceré un anciano?), etcétera. El verano tiene eso de ser algo excepcional, rápido, efímero y estarán conmigo que el final del verano es algo deprimente. Sobre todo de niño, cuando veías el anuncio de El Corte Inglés con eso de vuelta al cole te daba un palo importante. Te acordabas de los tres argumentos de morondanga que el genial Quino pone en boca de Felipe el de Mafalda; aquello de la alegría de los recreos, el reencuentro con los compañeros y el aprender cosas nuevas, como motivos para estar contentos con volver a la escuela. Ni con esas.

Pero a lo que iba, la verdad es que la ciudad se ha convertido en un gran pub, con los veladores, las terrazas, y los disco-no sé qué, que hay por el centro. Vecinos ensordecidos, camareros como amos de la calle y músicos ambulantes de diversos orígenes al asalto de la limosna turística. Quiero creer que antes, al tratarse de lugares más localizados, había menos molestias y algo más de valor de la propia diversión, pero eso es porque ya pasó mi etapa nitofílica. Creo que algo que es un valor en un destino turístico, como es el ocio y la diversión, deben tener el límite de dejar vivir tranquilo al que no quiere ser partícipe de esa actividad. Ahí deben estar las autoridades para velar (los veladores) por ese objetivo y determinar cómo deben ser esas terrazas y los espacios que ocupan. Lo cierto es que la única acción espectacular aquí ha sido quitar la terraza del teatro que era de lo mejor que había, en fin...

¿Se puede esperar un plan, una estrategia? Hay sin duda cabezas pensantes y responsables de lo público que deben ordenar que esta fortaleza no se convierta en debilidad. Se deben incrementar y difundir actividades culturales, de ocio sano, de música de calidad, de fomento de nuestro patrimonio y de nuestro clima, la gastronomía autóctona y todo lo que inventemos que nos distinga y diferencie. Ayer una exresponsable de lo turístico me comentaba que en esto no hemos estado nunca a la altura. A ver si lo conseguimos. En positivo.