Lanzarote es una isla del archipiélago canario situada en el océano Atlántico, de tierra negra y de pueblos blancos, cuyo paisaje se me antoja lunar, mágico e inquietante, y cuyo nombre me recuerda las historias del Rey Arturo.

Y es una isla que ofrece maravillas con su perspectiva sinuosa de contrastes, y sus inquietantes tubos y cuevas volcánicas, y con sus abiertas playas de arena dorada y aguas transparentes de color turquesa, sus sugerentes islotes y peñascos, formaciones submarinas y estructuras encantadas.

Y visito sus blancos pueblos, y el Parque Nacional de Timanfaya, con sus colores rojizos y grises que me resultan sobrecogedores, y las Montañas del Fuego y el Lago Verde, y Puerto del Carmen, y Costa Favara, donde hoy no sopla el viento, y las Playas Blanca, Papagayo y Los Charcones.

Y el océano resulta abierto y sugerente, y la arquitectura parece implicada en preservar los atractivos naturales del paisaje.

Y paseo por la alegre ciudad de Arrecife, marinera y africana, y el pequeño caserío de Tahiche, donde vivía César Manrique, artista y arquitecto excelente, y a quien tanto debe esta isla, llena de sus recuerdos por todas partes, y me quedo fascinada con una de sus obras más emblemáticas, los Jameos del Agua y su laguna marina.

Y mientras el guía afirma impertérrito que la isla está muy bien comunicada con la península, reflexiono sobre la importancia de plantearnos qué es lo que realmente queremos decir, o cómo lo vamos a hacer, para lograr una buena comunicación, pues hay que saber cuándo decir las cosas y de qué manera, así como esforzarnos en escuchar, pues de no hacerlo surgen grandes conflictos, porque en lugar de una conversación lo que se mantienen son monólogos.

Como también es decisivo entender los argumentos del otro, e intentar que comprendan los nuestros, siendo capaces de discrepar y exponer con calma y respeto nuestras razones, procurando escuchar, y manteniendo un lenguaje corporal adecuado, e igualmente observando que detrás de cada emoción que nos es desagradable, puede haber una necesidad que no se ha cubierto.

Y aprovechando la buena comunicación, decido visitar esa isla de nombre tan sugerente como es La Graciosa, y que desde el mirador de El Río, en el extremo norte de Lanzarote, imagino con playas vírgenes, aguas turquesa y cristalinas, calles de arena y casitas blancas, sin carreteras ni masificación turística, y con unos paisajes de ensueño.

Y allí disfrutar de un baño tonificante de agua fresca en mar abierto, mientras pienso imagino cómo comunicar que he pensado quedarme a vivir un tiempo, en esta tierra de fuego y de volcanes, y de singular y encantadora belleza.