Visité hace 15 años Egipto y Siria, y apenas se veían mujeres con el velo islámico. Pero se empezaba a imponerlo. En el Cairo dos chicas paseando, una cubierta y otra sin velo, se acercaron dos jóvenes y le echaron tierra al pelo de ésta. En Damasco, el guía nos dijo que el gobierno, que era laico, estaba alarmado por el aumento de los velos en las mujeres sirias, que nunca se había usado. Su hija al cumplir 14 años, se lo había puesto, con gran enfado familiar, pero ella dijo que estaba muy contenta de ponérselo pues era señal de que ya era mayor como le dijo su imán, y de esta manera le lavan el cerebro. Y ahora, como vemos en las televisiones, casi todas las mujeres musulmanas de esos países y en general países musulmanes, llevan velo islámico. No podemos dejar de observar que el aumento del radicalismo yihadista está coincidiendo con la generalización del velo islámico.

El velo supone el símbolo de sometimiento de la mujer al hombre, es servidumbre, cosificación de la mujer. El marido puede casarse hasta con cuatro mujeres (lo que llaman el marido compartido) -y que sólo lo pueden hacer los que tienen mucho dinero-, tiene derecho de repudiar a su mujer, ésta no puede divorciarse hasta pasados varios años de la separación, no tiene derecho a alimentos durante ese tiempo de la separación, en la calle debe ir cuatro pasos detrás de su marido, debe esperar a comer la última, no puede entrar en las mezquitas por la misma puerta de los hombres y deben estar retiradas e invisibles al fondo. Ese trato a la mujer es vejatorio, es considerada como una menor que debe ser protegida de las miradas de los hombres, es la verdadera mujer objeto contra la que claman las feministas.

Todo lo que se enseña en todas las mezquitas de Europa, es que una mujer musulmana debe llevar un velo para no excitar a los hombres. Pero, sobre todo, para no confundirse con las demás. Para identificarse como musulmana. Para ser controlable. Que no debe juntarse con hombres ajenos y que sólo se puede casar con musulmanes. Y que a los hombres les corresponde vigilarlas, ser guardianes del colectivo, peones de esa maquinaria que forja la comunidad musulmana como bloque distinto al resto de la humanidad ( Ilya U. Topper). Esa es la cultura islamista, no hay engaño.

Somos una sociedad tolerante y no vamos a prohibir el velo islámico, pero tenemos el derecho e incluso la obligación ciudadana de criticarlo en cuantas ocasiones se nos presente, como en la lectura tras la manifestación de Barcelona en la que aparece, junto a Rosa María Sardá, una chica con velo, representante de la Fundación Ibn Battuta. Mal, muy mal.

Dice Zoubida Boughaba Maleem: La supuesta diversidad de que hablan no está en la ropa que nos han impuesto para no excitar al hombre. La diversidad no es lo que se ha inventado, una religión para distinguirlas de las prostitutas (que enseñan el cuerpo), como si las prostitutas no fueran personas. La diversidad no es el paño que nos han puesto en la cabeza para decirnos «eres mia»... Perdonad. Eso no es diversidad, eso es fomentar la desigualdad.

Deben ser las mujeres musulmanas o exmusulmanas emancipadas y feministas las que deben promover conferencias, seminarios y sobre todo manifestaciones contra el velo islámico y la sumisión de la mujer al hombre, para cambiar sus leyes y sus costumbres. Pues como dice Josefina Bueno, «ese tipo de manifestación le corresponde a las mujeres árabes (en sentido amplio). Nosotras ya no tenemos autoridad y nos tacharían de intrusas y hegemónicas. Nosotras estamos ahí, acompañando».

Si criticamos fenómenos de machismo con los españoles, debemos ser igualmente muy críticos con los musulmanes y que no nos hablen de islamofobia, tenemos derecho a criticar sus costumbres e ideología contra la libertad y la igualdad, fuentes de nuestra actual cultura, por la que llevamos siglos luchando, con grandes fracasos, es cierto, pero también con notorios éxitos y resultados. El mismo camino deben seguir ellos si quieren convivir pacíficamente entre nosotros.