Cuando hace seis años y en plena crisis, el entonces ministro de Fomento, José Blanco, inauguró la actual terminal de pasajeros del aeropuerto (628 millones) algunos nos quedamos perplejos de que tamaña obra descubriera a partir de ese momento al turista dos aspectos distintos de esta provincia según se encontrara uno dentro o fuera de ella. Era (y siguen siendo) dos mundos antagónicos. Un edificio modernista, de un diseño quizá excesivo, que daba paso a un caos de comunicaciones que, con el paso de los años, no ha ido a mejor. Más bien todo lo contrario. Quien llega o quien se marcha del aeropuerto lo hace a través de una vía infame para tamaña inversión que a lo largo de sus 4 kilómetros está jalonada de coches mal aparcados en la cuneta de caminos mientras más de un trabajador cruza a la carrera día sí y día también jugándose el tipo. El actual ministro del ramo, Íñigo de la Serna, anunció a finales de julio en Benissa la licitación por 29 millones de euros del desdoblamiento de esa calzada, la N-338, y ahora conocemos otras inversiones por tres millones que incluyen mejoras en materia de seguridad. Y todo ello está muy bien, aunque algunas cosas lleguen tarde, pero el aeropuerto sigue pendiente de dar una solución, por ejemplo, a la antigua terminal, esa que hace 4 años nos vendieron como una «aerovillage» para un centenar de tiendas outlet y que sigue siendo a día de hoy un edificio fantasmagórico. Aparcar viejos problemas sin darles solución mientras se cortan cintas nuevas no es la única asignatura pendiente que tenemos en El Altet. Al tiempo.