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El rédito de los muertos

Serán las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde en Las Ramblas de Barcelona cuando apareció por enésima vez el caballo alazán. Era un diecisiete de agosto con la calle llena de niños, amores perdidos, tiempo recuperado, aliento internacional, la inercia de respirar y la celebración de la vida. El caballo alazán y su macabro jinete aparecieron de la nada. El segundo sello se abrió de nuevo. El horrendo, truculento cuento de la humanidad volvía por sus fueros y la sangre volvía a pintarnos a todos la cara con el rojo de la vergüenza. La vergüenza de ser humano. El hombre es un lobo para el hombre. Siempre encontré inexacta esa frase popularizada por Thomas Hobbes. Nunca se ha visto a un lobo ser lobo para otro lobo. Eran las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde en Las Ramblas de Barcelona. El hombre volvía a ser un hombre para otro hombre. Un hombre sin escrúpulos, adoctrinado en la perversión y con los ojos desorbitados pero ciegos de ira. Lujuriosa, avariciosamente la muerte golpeaba contra una furgoneta blanca. Al apocalipsis sólo le hacen falta cuatro ruedas y un motor para abrasarlo todo. Estamos condenados de por vida a revolvernos en una burbuja de hiel. No aprendemos nada. No aprendemos que las religiones, los nacionalismos, los fanatismos, la incultura y el adoctrinamiento son los verdaderos jinetes del apocalipsis. Después del terror toca rasgarse las vestiduras, mesarse las barbas y buscar culpables. Pero nunca, aunque lo sepan, dan con el verdadero culpable. Culpable es un sistema mundial podrido, la avaricia, la ausencia de ética, las guerras amañadas con intereses espurios, la falta de empatía, los intereses económicos y geoestratégicos. La deshumanización a la que nos abocan. Pero no, vamos a buscar la culpa en un bolardo. Un cura de Madrid (de nuevo con la iglesia hemos topado) se monta el chiringuito mitinero encima del púlpito. La culpa la tiene la alcaldesa de Barcelona y la ausencia de bolardos. Los bolardos son moldadientes para la furia desatada. Parafraseando a un concejal de Madrid cuyo nombre no recuerdo, habría que empezar por dejar de vender bombonas de butano y fabricar cuchillos sin filo y un tapón en la punta. Pero no, empieza el rédito de los muertos. El bravo mosén se endilga un discurso derechón y casposo, ya demasiado tiempo manoseado, echando la culpa al comunismo y a dos alcaldesas que lo están bordando. Todo el mundo saca la lengua a pacer y a arrimar el muerto a su ascua. La televisiva y mal encarada Isabel San Sebastián arremete contra todo lo islámico que se menea. «Islamistas, hijos de? ya os echamos una vez y volveremos a hacerlo». Habría que recordarle a doña Isabel, aunque el mantra ya es cansino (hay mentes tan cerriles que necesitan que se lo repitan constantemente) que no todos los islamistas son asesinos y que los islamistas que echamos hace siglos nos dejaron maravillas arquitectónicas, conocimientos profundos sobre filosofía, medicina ( Averroes, Avicena), arquitectura, geometría... Nos regalaron incluso los números, números arábigos, esos que aún usamos para hacer la cuenta de los gilipollas.

Se echan encima de los barandas catalanes por expresar su dolor en catalán. También arriman cadáveres a la nobleza de los idiomas como si hubiera uno más importante que otro. Creo que muchos aún no saben que en Cataluña se habla catalán. La Cup no quiere asistir a una manifestación de repulsa si van Rajoy y el Rey. La Cup tiene cuernos y rabo. Hombre, la medida no me parece tan incoherente si tenemos en cuenta que la monarquía se morrea con los coleguillas de los que matan, les venden barcos de guerra, de los que hacen mucha pupa y se trae a su palacio ricos jurdós para pegarse la vida padre. Si tenemos en cuenta que el gobierno de España es uno de los mayores proveedores del armamento con el que nos matan, ver sus caras compungidas en una manifestación da un poco de grima, tirando a asco.

Llega un momento en que la tragedia se va diluyendo en un mar de vaguedades, oportunismos y naderías varias. Que no se nos olvide que sobre la tierra van quedando seres humanos que mataron otros seres humanos de cuyos hilos tiraban otros seres humanos con una increíble capacidad de absorber voluntades y retorcer cerebros. No fueron niños de entre diez y siete y veinte años los que forjaron la carnicería. Fue una maquinaria gigantesca y destructiva que peces gordísimos, monstruosos, se encargan de engrasar puntualmente y sacarle brillo con billetes. Saben cerrar el segundo sello pero no quieren. Repugnantes leviatanes. Hidras de siete cabezas. Éstos sí que saben sacarle partido a los muertos. De oriente y de occidente.

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