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Javier Mondéjar.

Alto a la guardia civil

Como individuo ácrata, resistente por principio a la autoridad, los cuerpos y fuerzas de la ídem me producen una cierta urticaria. Tengo mis preferencias, lógicamente, y no las voy a comentar aquí no vaya a ser que tengamos algún lío, que hay colectivos muy vengativos y si van revestidos de poder, aunque sólo les distinga una gorra del resto de los mortales, te pueden buscar las cosquillas. Tengo que decir sin embargo que me fío al doscientos por ciento de la Benemérita y eso que ha tenido una imagen un tanto siniestra con los versos de Lorca y con la instrumentalización que de ellos hizo la Dictadura.

La Guardia Civil , la de ahora, me da una seguridad absoluta: me fío del Tricornio. Quizá la misma austeridad del Cuerpo sea su mejor ventaja competitiva, también que piensas que hay que estar muy loco para alistarse en ese extraño híbrido civil/militar que cobra mucho menos que cualquier policia municipal de ayuntamiento rumboso. Y luego que yo soy mucho de liturgias, y respeto un Cuerpo que desde su fundación por el Duque de Ahumada en el XIX conserva reglas inquebrantables no escritas y códigos de honor interiorizados por cualquier recién salido de la Academia.

No me extraña que en la crisis de los trabajadores de los controles del aeropuerto de Barcelona, en cuanto la Guardia Civil se hizo cargo de la cosa los usuarios lanzaran «vivas» y las colas desaparecieran como por ensalmo. Lo que me pregunto es cómo un tema tan delicado como la seguridad en los vuelos se otorgue graciosamente a una empresa particular, cuya función muy loable por cierto, es ganar pasta, la más posible y siguiendo las reglas del capitalismo bajarán los salarios de los trabajadores y sus condiciones laborales, todo lo que se lo permitan las leyes.

Lo pensaba en un reciente viaje al extranjero, porque eso de externalizar la seguridad no es cosa sólo de los aeropuertos españoles, pasa en todas partes y no me parece el modelo a seguir, sino más bien el modelo a revertir. Luego vemos como futurismo imposible películas como «Robocop» donde la policia es una empresa privada con sus propias prioridades, que no coinciden para nada con la protección y la confortabilidad de los ciudadanos, sino más bien con el monopolio de la fuerza, del poder y del dinero. Todo beneficios.

¿Por que tengo que permitir que un «segurata» me registre, me abra la maleta, viole mi intimidad y si le apetece me haga perder el vuelo? Estoy dispuesto a prescindir de mi inviolabilidad personal en pro del bien común y supervisado por los que tienen, en nombre de los ciudadanos, la posibilidad de usar la fuerza, pero no por un muchachito o muchachita que ha hecho un cursillo y al que han dado el uniforme de una empresa con un parche amarillo. Me parece de cajón y no sé cuáles son los criterios para sustituir a un guardia civil vocacional, que prácticamente es un colectivo sacerdotal, por un trabajador corriente, muy respetable, pero con parámetros distintos.

A los polvos de las privatizaciones les suceden los lodos del chantaje de los que tienen la sartén por el mango y dando por saco a los ciudadanos en plenas vacaciones pensaban conseguir lo que querían, que no niego que a lo mejor fuera justo. Una posibilidad que no tienen, por cierto, un porcentaje enorme de los trabajadores españoles que no interaccionan con el ciudadano ni pueden fastidiarles y, por tanto, están mucho más indefensos a la hora de reivindicar sus derechos. Usar a los ciudadanos de rehenes me parece francamente indecente, y más cuando escuchas decir a un sindicalista, de esos que no se juegan el puesto de trabajo, que hay que convocar en cascada huelgas en todos los aeropuertos, porque no hay guardias civiles suficientes para sustituirlos a todos. Muy fuerte.

Hay experimentos que nunca deberían haberse iniciado, y jamás se tendría que haber concedido un tema tan sensible como el control del ciudadano a una empresa de servicios que se dedica a toda clase de contratas. Mi seguridad y la de los míos no puede estar en manos de particulares, quiero que sean los profesionales de verdad los que me cuiden y eviten que los malos entren en los aviones o en los trenes. Es tan fácil como aumentar las plantillas de las fuerzas de seguridad y no vender duros a tres pesetas en los que nadie cree, porque primero pujan barato para llevarse la contrata y luego aprietan a los trabajadores.

Me fastidian mucho los hechos irreversibles acompañados de planteamientos que son como dogmas grabados en piedra, cual tablas de la ley. Dice la norma fundamental del liberalismo económico que las empresas privadas son más eficientes y más baratas que los servicios públicos; que los funcionarios públicos se adocenan y no piensan más que escaquearse por tener derechos adquiridos y que los trabajadores privados se tienen que ganar todos los días su continuidad. Falsos de toda falsedad ambos principios, como se demuestra a poco que se hurgue en empresas privatizadas. Eso sí: los accionistas y los directivos de altísimo nivel de las compañías privadas cobran unos salarios que no existen ni en sueños en el funcionariado, a no ser que seas registrador de la propiedad como Rajoy.

Tantos servicios públicos entregados a empresas privadas me parecen un drama que pagaremos más pronto o más tarde. No siempre más Estado es mejor, pero desde luego tampoco es desmantelándolo como se consigue mejorar el nivel de vida e los ciudadanos. Que de eso se trata, ¿no?

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