Reconozco que me he tenido que contener y mucho. Eso de contar hasta tres. Y la verdad, creo que acerté. Aunque quizás no todo el mundo habría hecho lo mismo. De hecho, muchos no han hecho lo mismo. No se han contenido. Y no lo juzgo. Sólo digo que a mí me ha sentado bien hacerlo. Aunque igual acabo arrepintiéndome de haberlo hecho. O no.

Hablo de los atentados de Barcelona y Cambrils. Desde el minuto cero seguí con rabia, dolor, horror y muchas más sensaciones juntas la evolución de los acontecimientos. Como todo el mundo. Porque estoy seguro que todo el mundo lo siguió con los mismos sentimientos que yo. Repito: estoy seguro que todo el mundo lo siguió con los mismos sentimientos.

Pero en Twitter no lo parecía. Todos tenemos derecho a equivocarnos. Todos tenemos derecho a reaccionar en caliente y a escupir lo primero que se nos ocurra, entendiendo que son reacciones en estado casi de shock. Ningún shock comparado al de las víctimas, y sus familias, por cierto. Y mi primera reacción fue contar hasta tres, ante las barbaridades (finalmente he decidido poner «barbaridades» aunque he manejado otras opciones) que se iban escribiendo en la ya sacrosanta y tristemente irrenunciable red social. No sé si lo decidí o me salió solo. Pero me puse en modo condescendiente con lo que iba leyendo. Estamos todos muy calientes ?quise pensar? y voy a centrarme en enterarme bien de lo que está pasando, si es que eso es compatible con el hervir de la sangre del momento.

Tuvimos polémica con la conveniencia o no de la publicación de según qué imágenes, con los gatos, con que si el culpable era Aznar por las Azores, que si era Carmena cuando incitaba a saltar la valla a los ilegales, con los históricos tweets de Monedero, con que el conseller habló en catalán, con que si Colau y Puigdemont comparecieron sin la bandera de España detrás, con que si Rajoy debía salir antes o después. Y no habían pasado ni dos horas. Aún ni se sabía el numero de fallecidos, de heridos, sus nombres, su situación y en muchos casos ni su paradero.

Por no saber, no sabíamos cuántos terroristas, si había alguno atrincherado en no sé qué restaurante de kebaps, si al primero que habían cogido era el que decía su DNI o era robado. Pero no, en Twitter las sentencias ya se estaban preconstituyendo.

Ríos de pajaritos tuiteros vomitando bilis, o prejuicios o partidismos, agredían por doquier.

Cuando, por la noche recibimos el segundo terremoto emocional, el de Cambrils, ya era tarde para muchas cosas. Los partidarios de la pena de muerte en España (selectiva, claro) y los que culpaban al capitalismo explotador, ya se habían enzarzado con más pajaritos tuiteros.

Después ya ha venido que si los bolardos, que si el Rey, que si Venezuela, en perfecta armonía ?algunos lo compatibilizaban sin rubor alguno? con los llamamientos a la unidad. «Todos unidos frente a la barbarie, pero la culpa la tiene éste». «Y esto les viene bien o les viene mal para el procés».

Ahora observo con no menor estupor cómo se produce un etiquetado de los intervinientes. Eres de un color si dices no tengo miedo, pero eres de los de enfrente si lo reconoces.

Y yo conté hasta tres. Sé que muchos también lo hicieron. No sé si con acierto o sin él. Realmente aún no he hecho juicio de valor al respecto. Aún no he conformado mi criterio. Porque aún estamos en shock. Y, por supuesto, aún nos falta información. Real y contrastada.

Pero esto es lo que viví en Twitter ?bueno y en algunos sitios más?. En la calle he visto manifestaciones ejemplares de la ciudadanía en general. Es cierto. Y en España, que somos solidarios como el que más, la reacción me ha enorgullecido en muchos casos.

Pero ché, no sé qué pasa con la inmediatez de Twitter, que hace que no sepa con qué quedarme. Con qué conclusión, agridulce en cualquier caso, debo extraer sobre en qué punto estamos. No seré pretencioso. No improvisaré un corolario de profunda reflexión social sobre todo esto. No se asusten.

Pero la verdad, aún no sé qué pensar. Sólo cuento una parte de lo que he presenciado estos días. Y esto es lo que deseaba compartir: Que conté hasta tres.