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Desde mi terraza

Nati Mistral

La primera vez que vi en el teatro a Nati Mistral fue en el año 1961. Era mi primera visita a un teatro madrileño, y la obra en cuestión fue Divinas Palabras, de don Ramón María del Valle Inclán. A mis recién cumplidos 15 años ya me interesaba el teatro, y la inauguración del Teatro Bellas Artes con este texto se anunciaba como una revolución en el teatro madrileño, dominado en general por un tipo de teatro más complaciente que la programación anunciada por los hermanos Ramón y José Tamayo, empeñados desde tiempo atrás en disponer de una sala estable para la Compañía Lope de Vega que dirigía don José. En mi memoria quedó aquella representación como algo deslumbrante, incluida la actriz protagonista que me sobrecogió por sus dotes para interpretar a Mari Gaila en la para mí entonces difícil tragedia del no menos difícil Valle Inclán; era la primera vez que se ponía en escena esta obra tras la guerra civil española ya que el estreno absoluto se produjo durante la Segunda República interpretada por la inquieta y genial Margarita Xirgu. De todos los avatares del teatro valleinclanesco me enteré, naturalmente, en los años posteriores cuando mi interés teatral se había ido acrecentando con el paso del tiempo; pero siempre recordaré la impresión que me causó la interpretación, si se quiere, y vista hoy excesiva, de la que entonces ya era una primera actriz (en el lenguaje de entonces), que venía avalada por grandes éxitos en el teatro musical de la época, refrendado pocos años más tarde con el estreno español del musical americano El hombre de La Mancha. Desde entonces seguí con atención la carrera de esta actriz versátil que frecuentaba todos los géneros teatrales, desde la comedia a la revista, desde la tragedia al musical de mayor actualidad, y con frecuentes recitales unipersonales en los que cantaba y recitaba poemas de todo tipo, incluidos boleros y rancheras fruto de su larga estancia en México.

Finalmente la conocí en los primeros años 70 cuando representó en el Teatro Principal la obra de Mario Vargas Llosa La Chunga, dirigida por el desaparecido Miguel Narros. Ya en los 80 recibió un premio de la Asociación Independiente de Teatro, y ahí pude conocerla mejor y descubrir su posicionamiento político, franquista hasta la médula, que proclamaba con desparpajo y sin pudor en cuanto tenía ocasión, mostrando su horror al primer gobierno socialista en la nueva era de la democracia, para los que auguraba grandes catástrofes. Efectivamente, «no era de mi cuerda», empleando un lenguaje coloquial; pero tuve la suerte de saber separar lo artístico de lo personal, y seguí disfrutando de sus trabajos llenos de fuerza y rabia, aunque en muchas ocasiones, como ya he dicho, excesivos. Aquella noche de septiembre de la entrega de premios la terminamos en mi terraza para la última copa, acompañados por Vicente Parra, María Paz Ballesteros y mi amiga Bertha Flores, gran seguidora del folclore popular tan denostado por la intelectualidad de la época, quien tímidamente le pidió que recitara y cantara La Lirio, famoso tema que el maestro Rafael de León compuso para Concha Piquer. Dicho y hecho, sonó la voz atronadora de doña Nati Mistral en la sueva noche alicantina, recitando y cantando «a cappella» mientras mis vecinos chistaban solicitando silencio. Con la muerte de la gran Nati desaparece una de las pocas trágicas del teatro español, cuyos últimos vestigios fueron Asunción Sancho y más tarde Aurora Bautista; por suerte queda la que probablemente es la más grande trágica desde la Xirgu, Nuria Espert (y no me duelen prendas) cuya edad no presagia ni cansancio, ni pérdida de facultades ni entusiasmo y curiosidad, para fortuna del teatro español. Descanse en paz ese volcán llamado Nati Mistral.

La Perla. Aunque creo que me repito, la ocasión lo requiere. Hace cuatro años que murió Amparo Rivelles; y en el tumultuoso entierro se encontraban, entre otros, María Dolores Pradera y Nati Mistral. Y esta última le espetó a la Pradera a voz en grito: «María Dolores, ve preparando las maletas que las próximas somos nosotras». Genio y figura hasta la sepultura.

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