El refrán que la tecnología ha dejado más obsoleto es «ojos que no ven, corazón que no siente». La tecnología ha llenado todo de ojos, algunos capaces de ver nanoscópicamente, y los ha conectado y también ha puesto de acuerdo a todas las comunicaciones, las de los medios públicos, los privados y las redes, al servicio del sentimiento y de su defecto el sentimentalismo. Es imposible que los ojos no vean y el corazón no sienta.

Infartaremos de ver, un caso que podría haber planteado el doctor Gregory House, que pervirtió nuestra mirada desde la ficción con aquellas reconstrucciones de microbichos cometiendo atentados en nuestro organismo y produciendo reacciones en cadena que llevaban al fallo multiorgánico en el segundo corte publicitario.

Cuentan que las playas de Barcelona se han llenado de vendedores que te llevan un mojito o una empanadilla paquistaní hasta la toalla. No alaban que hayan detectado una necesidad y que el mercado le haya dado una respuesta con iniciativa, riesgo y esfuerzo sino que falta higiene en la preparación de estos alimentos y refrescos en los que se han encontrado E.Coli, un bacilo gramnegativo de la familia de las enterobacterias que se encuentra en el tracto gastrointestinal de humanos y animales de sangre caliente. Aunque bacilo, enterobacterias, tracto gastrointestinal y sangre caliente dan grima de por sí, traduzco: es una bacteria de la mierda. Nene, caca.

Advierten los analistas alimentarios que el E.Coli se encuentra en esos alimentos en proporciones mucho más elevadas que las permitidas por la ley, lo que deja en el aire una inquietud (la ley permite que se nos dé a comer mierda en determinadas proporciones) y una pregunta (¿Cómo pueden los analistas desconectar al salir de su trabajo?).