«Nothing to kill or die for/ and no religion too/ Imagine all the people/ living life in peace» («Nada por lo que matar o morir/ tampoco la religión/ Imagina a todo el mundo/ viviendo la vida en paz...»)

La balada de John Lennon, inspirada en la esperanza de una paz donde no existan fronteras ni divisiones por religión o nacionalidad, es el himno oficial de Amnistía Internacional, fue utilizada en la última secuencia de la película Los gritos del silencio, se interpreta cada Nochevieja en Times Square y despertó a los tripulantes del transbordador espacial Columbia.

Cuando el dolor está aún caliente, Imagine es un himno para recordar ?con mucho respeto? a los que han muerto, a los heridos, a todos los que, de una u otra forma, han sufrido el trágico zarpazo que los españoles no olvidaremos nunca, y que ha golpeado en la médula a la Barcelona confiada y orgullosa, en una serena tarde de verano, cuando una marea humana de treinta y tantas nacionalidades, adultos y niños, viandantes distraídos o hacendosos afanados, hormigueaba despreocupada por La Rambla.

Mitigado el dolor por la acción policial, la secuencia de las andanzas terroristas en Alcanar, Ripoll, Cambrils y Barcelona, nos demuestra que la seguridad hay que pagarla bien y coordinarla adecuadamente.Y eso es así porque estamos en un momento en que, más que un gasto, es una inversión.

Pero, sobre todo, nos enseña que no es solo cuestión de dinero, sino también de un nuevo equilibrio social de las libertades. Además de pagar el coste, tendremos que debatir sobre la renuncia a derechos en favor de nuestra seguridad, desde cámaras de vigilancia hasta escuchas telefónicas.

Parece evidente que, a la luz de la tipología de los últimos atentados, «terrorismo barato» a base de camión o furgoneta alquilada, que embiste «al bulto» en lugares concurridos, se debería revisar cómo proteger las ciudades. Así, resulta lógico instalar barreras protectoras (pivotes, barras, muretes, etcétera) en los accesos a densas zonas peatonales, tipo las Ramblas, la Puerta del Sol, paseos marítimos etcétera.

Visto lo visto, los ciudadanos no logran entender cómo esos espacios no están ya sellados al paso de vehículos. Cualquiera podría pensar que se presta mucha atención a las fronteras y menos a zonas atestadas, salvo vigilancia armada.

Aun teniendo en cuenta que el terrorista juega siempre con el factor sorpresa, se podrá argumentar ?de forma blanda? que resulta imposible blindar todo lugar público; pero hacerlo en los espacios más obvios y vulnerables reduciría significativamente el número de víctimas. No parece que en este terreno nazcan iniciativas válidas y suficientes.

Hace tiempo que en Barcelona se había activado la alerta de atentados; por eso no se entiende por qué, un año después, no había barreras en los accesos a las Ramblas, como ya las hay en Niza, pero también en otros lugares de España. En esta ocasión, la furgoneta ha recorrido 550 metros sin que ningún obstáculo, humano o físico, haya logrado detenerla y bloquearla. Estando, como estamos, en alarma 4, la falta de medidas preventivas resulta inconcebible?

Algo tendrá que ver en ello que las órdenes emanadas hace nueve meses, de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana del Cuerpo Nacional de Policía, dirigidas a los ayuntamientos para que tomasen medidas concretas en vistas a prevenir un posible atentado yihadista, cayeron en saco roto. Con lo que ha ocurrido en las Ramblas, alguna cabeza despejada ?con sentido estratégico? debiera convenir que ya se sabía la forma de proceder de los terroristas.

Al consejero de Interior del gobierno catalán, que ha distinguido entre víctimas catalanas y víctimas con nacionalidad española, cabría preguntarle: si los catalanes son quienes trabajan y viven en Cataluña, ¿de qué nacionalidad eran los asesinos? Al día siguiente de la escabechina, ya se había permitido decir en la radio que daba igual, que hubieran atentado en otra calle y que no pueden proteger todo Barcelona...

Aunque pueda tener su lógica que la consigna hoy sea cerrar filas y evitar las críticas, al menos públicas, éstas llegarán cuando hayamos digerido el horror porque sería prudente aprender de los propios errores para garantizar el futuro.

También habrá ocasión de ocuparse del turismo, leit motiv de otro verano inolvidable. De momento, nos limitaremos a lamentar que, en su atropellada alocución en televisión, los tres contorsionistas comparecientes (erre que erre) perdieron una magnífica ocasión para decir al menos media docena de palabras en castellano, a la España conmocionada y solidaria con Barcelona.

No debe obviarse una realidad: el terrorismo hoy ha pasado a ser la forma de contaminar los regímenes democráticos, con el propósito más o menos confeso de transformarlos en autoritarios. Enfrentados los autoritarios con los democráticos, los primeros buscan provocar el terrorismo siempre conscientemente, nunca inconscientemente lo cual podría eximirles o atenuarles como causa de imputabilidad de sus crueles y horrendos crímenes.

Y lo hacen como arma de confrontación con los que creen en las libertades. Éstos se protegen, pero si atacan también pierden su esencia y se transforman en autoritarios. La resistencia pasiva funciona, pero está en desuso. El terror de diseño ?irracional, ciego y brutal? que ya enseñó sus garras en Madrid, París, Londres o Niza, nos ha vuelto a sorprender, esta vez en La Rambla barcelonesa, provocando un daño moral inmenso en un país necesitado de unidad para compartir valores, esfuerzos e información.

Al hilo de lo ocurrido, estaríamos desaprovechando una oportunidad si nuestra sociedad no planteara en profundidad la nueva realidad en la que se mueve el mundo. La violencia y cuanto la sustenta no conoce de latitudes geográficas.

Y lo primero que hay que repensar es ese difícil equilibrio en la vida democrática: seguridad frente a libertades. Mayores niveles de seguridad traen consigo renuncias civiles. La cuestión radica en que no contamos con los límites adecuados que las definan y las interrelacionen. En el fondo, como comprobamos a diario, demasiadas cosas quedan al albur de las ocurrencias ocasionales de políticos facundos, mientras se diluyen las ideas fundamentales, las que vertebran la convivencia.

Lo que no admite lugar a dudas es que esta lacra hay que entenderla como una guerra ?cobarde y global? que no admite paños calientes, para lo cual no cabe olvidar que la seguridad y la defensa son valores y criterios integrales e integrados, que deben materializarse en el seno de una sociedad libre y en un marco internacional abierto a la cooperación.

La tarea no es pequeña, pero es la que nos espera. Podremos retrasar de forma irresponsable el día en que se aborde, pero acabará por imponerse. Y esto está alejado de la enanización que algunos buscan y pelean con denuedo.

Ahorrar esfuerzos en seguridad ?desde los intelectuales hasta los económicos? es no entender el coste real de la libertad. Eso sí, siempre con eficiencia en los recursos públicos.

Sorprendió a los «rambleros» que en la tarde de autos no había manteros en el escenario de los hechos, cuando unos desalmados, coincidiendo con la serena celebración de los 25 años de los Juegos Olímpicos del 92, han golpeado con furia una ciudad que no tiene miedo ni va a renunciar a ser la metrópoli abierta y diversa que ha sido siempre.

Y una conclusión urgente, es imprescindible unificar todos los efectivos en la lucha contra el terror. ¿Cómo es posible que exista una mezquita, con un imán muy radicalizado al frente, que haya pasado desapercibida para todos los servicios de seguridad?

«You may say I'm a dreamer/ But I'm not the only one/ I hope someday you'll join us/ And the world will live as one» («Puedes decir que soy un soñador,/ pero no soy el único. / Espero que algún día te unas a nosotros,/ y el mundo será uno solo»).

Imagine, Barcelona!