Hace tiempo que recopilo recuerdos. Unas veces por cosas de trabajo, otras para que no se olviden o se me olviden. Me encanta hablar con gente mayor, porque es hablar con gente sabia. Cuando charlo con ellos acabamos coincidiendo: «Esto tenemos que escribirlo».

La sabiduría de nuestros padres y abuelos siempre es útil. Además está tan cerca... mientras están. Nada les gusta más que ser preguntados porque se supone que, a continuación, serán escuchados.

Perdemos mucho si no estamos atentos a ellos. Mi abuela Manuela hacía la mejor tortilla de patatas del mundo, nadie le preguntó cómo y llevo 40 años esperando que me pase lo del crítico gastronómico de Ratatouille.

Ahora me he vuelto a encontrar con esa sabiduría, con esa sensación que te eriza el vello, al hablar con la viuda de Enrique Llobregat, director del Museo Arqueológico de Alicante durante 30 años y una mente privilegiada, estricto, afable y visionario que no tiene, increíblemente, ni una triste calle ni en Alicante ni en El Campello ni en Guardamar, tres lugares que le deben mucho (sé que Juanjo Berenguer está preparando una moción para reparar este agravio).

Hablar con su viuda, Helena Reginard, es más que un placer, es conocer a la persona que estuvo con él toda su vida. Enrique tenía una mente académica y científica rayando con la genialidad, era una de esas personas que necesitan tres vidas para hacer lo que quieren y saben: trabajar, investigar.

Cerca, una mujer, Helena, que tenía muy claro que estar a su lado era trabajar sin descanso, ayudar y apoyar. Compartir pasiones era una suerte y así excavaron 15 años la Illeta de El Campello con su hijo David por ahí pululando.

Enrique Llobregat fue uno de esos hombres a los que con la muerte les llegó mucho reconocimiento pero también algo de olvido. Una ciudad que olvida a quienes le sirven debe hacérselo ver. Hay periodistas, deportistas, políticos, poetas, camaradas, militares, santos, vírgenes, pero no aparecen muchos que han sido brillantes. Una pena.

En positivo: ya que estamos con el tema de cambiar calles, podríamos revisar y premiar en vida el trabajo de la gente de aquí. Tengo sugerencias.

«La gratitud, en silencio,

no sirve a nadie».