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Joaquín Rábago

Ambicioso Schroeder

Algunos veteranos de la izquierda llamémosla "socialdemócrata" o de la Tercera Vía no parecen tener nunca suficiente. Véanse, si no, los hoy multimillonarios Tony Blair o Bill Clinton.

No les basta lo que cobran por sus intervenciones ante audiencias de plutócratas dispuestos a pagar lo que sea por escucharlos, sino que asesoran, aceptan cargos en consejos de administración o se dedican al más desvergonzado cabildeo. ¡No abundan por desgracia entre ellos los Pepes Mújica!

Uno de esos veteranos, que da mucho de qué hablar estos días en Alemania, es el ex canciller Gerhard Schroeder, amigo desde hace ya tiempo del presidente ruso, Vladimir Putin, y valedor de los negocios del entorno empresarial de éste.

Schroeder ha escandalizado a sus correligionarios al aceptar un puesto directivo en la petrolera Rosneft, que no es por cierto una empresa cualquiera, como indica el hecho de que su nombramiento se hiciese por decreto del Kremlin.

El Estado ruso tiene la mayor participación -del 50 por ciento- en Rosneft, de la que también son importantes accionistas la British Petroleum, un fondo estatal qatarí y la australiana Glencore, dedicada a la compraventa de materias primas.

Su director general es Igor Setschin, que trabajó en su día como Putin para el servicio secreto soviético y no se ha apartado nunca de su lado desde que ocupó el puesto de teniente de alcalde de San Petersburgo cuando aquél estaba al frente de su gobierno municipal.

Setschin fue además viceprimer ministro cuando Putin ocupó la jefatura del Gobierno y en esos años, Rosneft dejó de ser una pequeña empresa encargada de gestionar la parte aún no privatizada de la industria petrolera rusa para convertirse gracias a una serie de expropiaciones en el mayor consorcio del sector.

No es la primera vez que Schroeder sorprende a sus compañeros de partido con una decisión que muchos califican de "temeraria": en 2006, poco después de dejar el Gobierno, entró a formar parte del consejo creado para la construcción del oleoducto Nordstream, en el que el consorcio ruso Gazprom tiene la mayoría.

Pero esta vez el anuncio se ha producido en plena campaña electoral alemana y, como si el candidato socialdemócrata Martin Schulz, no tuviera ya suficientes problemas con una campaña que no despega, viene ahora su correligionario Schroeder a ponerle una zancadilla con una decisión tan polémica.

De poco sirvió que desde el partido se tratase de presentar en un principio el paso dado por Schroeder como algo estrictamente "personal". El propio Schulz no tuvo más remedio que tomar distancias y decir que, si estuviese en el pellejo de Schroeder, él no lo haría.

Estos días la prensa y no sólo los medios conservadores no hablan de otra cosa, y los comentarios y editoriales no pueden ser más críticos con el ex canciller, al que muchos acusan de despecho a su partido al aceptar el puesto.

Por su parte, Schroeder, además de relativizar lo que ganará por su nuevo cargo- medio millón de dólares brutos al año- ha justificado su decisión, señalando que es bueno para los alemanes que trabajan para Rosneft y para los sindicatos que un compatriota ocupe un puesto destacado en la empresa rusa.

Rosneft proyecta entrar en el negocio alemán del refinado y la distribución de gasolina y quiere invertir 600 millones de euros en los próximos cinco años, entre otras cosas, en el proyecto de oleoducto "Drushba" (Amistad), en el sur del país.

La vinculación de Schroeder con el proyecto NordStream ha sido en cualquier caso muy provechosa para las empresas rusas y alemanas participantes, pero irrita no sólo a Estados Unidos, que quiere exportar su propio gas licuado a Europa, sino también a Italia y los países del Este, siempre recelosos de las intenciones rusas.

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