Ya estamos dejando otro verano por popa. Se ha desarrollado como otros tantos en la historia de Torrevieja. Pero mira por dónde... prensa, radio, televisión e internet, incluso a escala europea, han retratado una parte nuestra realidad hasta la fecha casi inédita para los grandes medios. De la noche a la mañana (y en algo que se ha parado en seco tras los atentados de Barcelona) y, tras movilizaciones simbólicas con pancarta, confeti, pegatinas y alguna rueda pinchada, se acuña por todos los rincones turísticos del país el vocablo «turismofobia», y aquí, los torrevejenses, nos regocijamos porque, a nuestra manera, podemos identificar ese sentimiento. Aunque con el suficiente «conosimiento», miedo a perder lo poco o mucho que nos dejan, e hipocresía para no liarla.

El devenir de los días estivales en este pueblo está marcado por esa terminología. Sin ir más lejos, hasta hace unos años las gentes de esta ciudad, que se vanagloria de haber nacido aquí y se emperifollan pomposamente como ciudadanos de «pata negra», llegaron a editar una especie de recordatorio con la imagen de San Ramón Nonato (31 de agosto) con la leyenda: «San Ramón Nonato, os desea feliz regreso». La estampa en cuestión se distribuía entre el turismo «esclavo» o "cautivo" mayoritario en Torrevieja: el que no tiene más remedio que volver porque compró su adosado en estos lares.

La frase de despedida carecía de afecto, porque en realidad nos referíamos al profundo deseo de que se fueran a su pueblo de una puñetera vez y nos dejaran tranquilos. No por la mayoría de ellos, cientos de miles, que solo buscan lo que buscamos todos en vacaciones, descansar y pasarlo bien (algunos sí se pasan de rosca), sino por un destino que sigue desbordándose cada año más, y que una ciudad que nunca ha estado preparado, ni sigue estándolo ahora, para esta avalancha.

Volviendo la vista atrás, sin ira, baste recordar los orígenes de un pueblo cuya economía además de las salinas y la pesca respiraba económicamente en verano de las «huelgas», los veraneantes que alquilaban casas en Torrevieja, a veces durante más de tres meses. Eran gentes de Murcia y la Vega Baja. Los menos pudientes se aco-modaban en casetas de madera ubicadas a lo largo de toda la playa del Acequión. Luego se encontraban vecinos de clase media, a los que alquilábamos nuestra vivienda de planta baja por temporada mientras nosotros nos íbamos a almacenes y garajes, y por último la élite, con residencia fija en los chalés -cuya llegada y despedida de Torrevieja eran reflejadas puntualmente por los periódicos locales-. Hasta finales de los años setenta e incluso principios de los ochenta «no alquilar» entre julio y septiembre constituía casi una tragedia económica. Quienes tenían su vivienda habitual en Orihuela siempre pedían por favor quedarse unos días más en su alquiler de la playa a esperar que lloviera y evitar un río Segura más pestilente de lo habitual. Aquello ya pasó. Comenzaron a proliferar los adosados muy asequibles para compradores de economía media baja, y no solo de la comarca, de toda España. Con ellos llegaron las primeras manifestaciones a este pueblo. Sin servicios de saneamiento, escasez e incluso falta de agua potable y suministro eléctrico, y encima el cabreo de los nuevos residentes y visitantes por la mala calidad de las viviendas adquiridas. Cuando viajamos procuramos disfrutar conociendo nuevos parajes, monumentos, historia, gastronomía, naturaleza y nos sentimos afortunados con la ruta que elegimos. El problema del turismo en Torrevieja es que muchos turistas y nativos tenemos la impresión de que nos estafan cada día que sale el sol. Cierto es que trabajamos y viene gente a trabajar para el turismo residencial. Con un «con qué» que a la postre los más perjudicados. Las verdaderas ganancias económicas se las llevan otros. Los que vienen andan todo el día «cabreaos como monos». Todo es más caro, tardan más de una hora en aparcar su coche y además regresan despotricando sin caer en la cuenta de que por Navidad, a lo mejor vuelven, y en verano también. A los de aquí nos consideran poco menos que «delincuentes» por seguir sacando las sillas y las mesas a la calle para tomar el fresco y quitar sitio de aparcamiento.

Claro, todo esto, hilvanado más o menos a principios de semana, suena de lo más frívolo ahora. Con 14 turistas muertos en las ramblas de Barcelona y desde ayer sábado, Torrevieja blindada con bloques de hormigón en los accesos a los paseos...

P.D. Desde antes de comenzar este cálido verano ya sé lo que es el infierno: es levantarse, abrir la ventana y no tener ganas ni de ver el sol. Dicen que Dios aprieta pero no ahoga. Pero da unos apretones... Afortunadamente parece que hemos superado el más fuerte. Si algo he echado de menos entre tanta inapetencia ha sido el contacto los lectores. Soy el «Zepa» y estoy vivo.