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De dolores y despedidas

Late todavía el dolor de Barcelona en la garganta por esa sinrazón extremista que no puede referirse a todo el islam, cuya etimología alude a Dios y a la paz, y que solo debe identificarse con el odio y la barbarie. Duele desde la distancia, más allá de las ideas, más allá de las religiones, más allá de las banderas. «Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes.»

Y, mientras, uno ha de hacer de tripas corazón y empeñarse en hablar de toros porque la vida sigue y algunos tenemos que contarla. Hasta ese jueves de luto e impotencia, muchas cosas habían sucedido en nuestra piel de toro. Veníamos de un domingo en que Morante de la Puebla, tras inhibirse a decir de quienes le vieron ante su lote, vio cortar cinco orejas y un rabo a su compañero de mano a mano, « El Juli». El sevillano debió pensar que si no ganaba en el ruedo, igual así se llevaba los titulares, y al abandonar la plaza lanzó la bomba de su retirada. Nada nuevo esto de irse para volver; no se crean que será definitiva, que ya él mismo lo ha dejado claro. «Me voy del toreo, los presidentes y veterinarios me han aburrido; el toro tan grande que sale hoy va en contra del toreo de arte, ya no puedo más», parece que fueron sus palabras.

Morante es un torero personalísimo, seguramente el más singular de las últimas décadas, y ha tomado el relevo del llamado «toreo de arte» de los Aparicio, Paula, Curro, y más atrás, Cagancho, Albaicín, Curro Puya, Rafael « El Gallo»... Frente a aquellos, sin embargo, ha demostrado una regularidad inusitada en toreros de corte tan profundo. Ha bebido en todas las fuentes, y lo mismo se retuerce en molinetes belmontinos como se dobla por alto como Joselito, «el rey de los toreros». De su capote han nacido los momentos más bellos y arrebujados de lo que llevamos de siglo, y a buen seguro está en el «olimpo» de quienes mejor han mecido el percal desde que el toreo es toreo. Con todo ello, a Morante le han hecho creerse un genio, y en ese término el de la Puebla ha creído verse libre de decir y hacer cosas que no siempre parecen oportunas. Que vista de calle combinaciones imposibles y fume puros entra en su albedrío. Pero excentricidades como ponerse a regar el ruedo o lanzarle unas gafas al presidente por no concederle algún trofeo, por poner dos ejemplos cercanos ocurridos en Alicante, convierten al supuesto genio en albardán del histrión. El traje de torero es algo muy serio, es parte fundamental del rito táurico, y no todo vale por llamarse Morante. Además, parece que siempre tiene alguna excusa para no torear: que si la empresa de Sevilla no le trataba bien, que si el ruedo de Madrid tenía demasiada pendiente... Y ahora lo de los veterinarios, presidentes y el tamaño del toro. Precisamente él, que suele ir con lo más escogido del campo.

Todo esto más parece tener que ver con un claro descontento con sus apoderados, la famosa FIT hispano-mexicana. Sea como fuere, lo cierto es que tener a Morante y José Tomás sentados en casa no es un lujo que la fiesta se pueda permitir. Y para mayor oprobio, las sustituciones que esta decisión y la convalecencia de Manzanares están generando vienen levantando ampollas. Con el valenciano Román habiendo abierto el 15 de agosto la puerta grande de Las Ventas, en San Sebastián de los Reyes sustituyen al sevillano por... ¡ Ortega Cano! Deberían de sentir sonrojo... Por no hablar del resto, que han beneficiado sobre todo a Miguel Ángel Perera y que, salvo a Ginés Marín, en nada han ayudado a la entrada de nuevos valores que triunfaron en las primeras grandes ferias del año. ¡Ay, el sistema!

Y mientras el jueves de luto Enrique Ponce indultaba a un «juampedro» en Málaga entre músicas y danzas, por la mañana Simón Casas presentaba una atractiva Feria de Otoño y, de paso, prácticamente culpaba de los males de la fiesta a un grupo de jóvenes que ejercen su derecho a la libertad de expresión y se manifiestan, como usuarios paganos que son, desde sus localidades. Al francés parece molestarle que estos aficionados críticos cuenten con tierna edad y se aprovechen del bajo precio del «abono joven» impulsado por él mismo. Y los denuncia como «una extrema minoría» que no tiene «ni puta idea de toros». Dijo Einstein: «Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas». A Simón, ya se ve, no le gusta que le ignoren ciertas cosas... Quizá debiera escucharlos más, que también son sus clientes.

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