Las recientes performances contrarias a la llegada de turistas organizadas por grupos de jóvenes nacionalistas de Cataluña y del País Vasco... y que se han extendido a otras ciudades españolas aunque en menor medida? se deben encuadrar dentro de la pérdida de notoriedad y protagonismo que el nacionalismo ha experimentado en España en los últimos años. Puede que esta afirmación sorprenda en plena avalancha independentista en Cataluña por parte de una parte minoritaria de la sociedad y de la nueva política catalana, pero si nos atenemos al fracaso del independentismo vasco en su intento ?durante décadas? de imponer sus lunáticas ideas a base de muerte y extorsión y, por otra parte, el escaso apoyo que el llamado procés catalán ha tenido en Europa así como el abandono de relevantes miembros de la antigua Convergencia Catalana de los delirios independentistas de Artur Mas y de su sucesor al frente de la Generalitat, el resultado es que el nacionalismo en España se encuentra en un punto muerto sin posibilidad de seguir desarrollándose por cauces democráticos lo que les ha abocado a situarse en posiciones cercanas al ninguneo social y al radicalismo político.

Suponen, en realidad, estos intentos de crear una polémica donde no la hay, una nueva moda nacionalista mezcla de postureo y afán de notoriedad por parte de jovencitos y jovencitas que llevan a cabo protestas contra el turismo en general ?sin especificar ningún aspecto concreto más allá de que se alquilan apartamentos, algo que ha ocurrido siempre? únicamente porque, al parecer, les molesta ver a personas de fuera de su pueblo o de su ciudad paseando por unas calles que pretenden que sean sólo suyas sin importarles ni a estas personas ni al partido político que se encuentre detrás que cientos de miles de familias tengan una vida digna gracias a los millones de visitantes que nuestro país recibe cada año.

Hay que reconocer que somos un país peculiar. Cualquier otro Estado estaría encantado de haber incrementado el número de turistas como lo ha hecho España en los últimos años como consecuencia, primero, de los problemas políticos y económicos en que están inmersos países que en otra época fueron nuestros competidores como destino turístico y, en segundo lugar, gracias a nuestras magníficas infraestructuras, excelente sanidad pública y nuestro buen hacer en hoteles y hostelería. El turismo genera riqueza y bienestar por la entrada de dinero que los visitantes generan con su actividad y eso es algo a lo que ningún país se puede permitir renunciar ni aunque sea de la manera más leve.

Cuestión distinta son los problemas de convivencia que puedan surgir entre residentes y extranjeros por recibir en un corto espacio de tiempo varios millones de personas cuya única ocupación es descansar y visitar monumentos así como por los comportamientos incívicos que algunos de estos turistas tienen en nuestras ciudades. Lo primero que deberían hacer los antituristas es exigir a los alcaldes de los municipios donde viven y al gobierno de la Comunidad Autónoma en la que residen que se cumplan las leyes autonómicas y las ordenanzas municipales relativas al consumo de alcohol en la calle, la proliferación de fiestas hasta altas horas de la noche en apartamentos y habitaciones de hoteles o sobre la prohibición de caminar desnudo por la calle. Con el cumplimiento a rajatabla de la legislación vigente se eliminarían muchos de los problemas que el turismo está generando en nuestro país. Resulta curioso que aquellos que protestan contra una supuesta invasión de turistas no responsabilicen de los problemas que dicen que genera el turismo a los representantes políticos que les gobiernan y que en el caso de Barcelona y de varios municipios catalanes pertenecen a partidos políticos que o bien se declaran anticapitalistas o han sido antisistema.

Ciñéndonos al caso concreto de Barcelona basta recordar que ya en el año 2007 ?bastante antes de la aparición en España de las plataformas de internet que favorecen la aparición de pisos turísticos? en los medios de comunicación locales ya se discutía sobre la posibilidad de que Barcelona pudiese morir de éxito. Si Barcelona o Ibiza se hubiesen encargado de construir viviendas sociales ?distinto de gratis? para funcionarios o jóvenes con pocos recursos en vez de malgastar el dinero en puentes de diseño o en veleidades nacionalistas y si se hubiesen cortado de raíz las primeras actitudes incívicas provocadas por turistas borrachos que comenzaron a verse hace quince años no estaríamos hablando del turismo como fuente generadora de determinados problemas.

España debe sentar las bases, gracias al incremento de extranjeros que deciden visitarnos cada año, de un modelo turístico que genere riqueza durante los próximos veinte o treinta años antes de que la próxima y cíclica crisis económica vuelva a provocar un parón mundial de la economía. Nuestra economía no ha sido capaz de generar un modelo industrial que no dependa en gran medida de la construcción y del turismo pero hasta que llegue el día en que en España se cree un tejido industrial con el que podamos competir con los países más desarrollados de Europa el turismo sigue siendo una excelente oportunidad de generar riqueza y bienestar.