Aptitud y actitud son dos palabras parecidas, pero que sumadas en un grupo de personas hacen cambiar en positivo el rendimiento en donde desempeñan sus servicios. Porque la aptitud en cualquier actividad laboral se constituye por la mezcla de la condición personal de la persona y su facilidad para adquirir conocimientos para desempeñar una actividad laboral y la formación continuada con la que ir adquiriendo conocimientos para estar al día a la hora de realizar una función concreta.

Pensemos, por ejemplo, en servicios públicos de gran importancia como la sanidad, justicia, educación, Administración local y Autonómica, Hacienda, etcétera, donde es preciso estar al día en las constantes reformas legislativas para atender debidamente al ciudadano. También en la actividad privada los profesionales de distintas ramas deben tener esa aptitud confirmada por el aprendizaje inicial y la formación para atender correctamente a sus clientes, evitando que proliferen los intrusos. Porque en estos casos lo que debe hacer la Administración es tutelar a quienes apuestan por la formación y sancionar y hasta prohibir el ejercicio profesional a quienes no estén en condiciones de acreditar una aptitud suficientemente acreditada para atender tanto en cualquier servicio público a los ciudadanos que los reclaman, como a los profesionales ante sus clientes.

En segundo lugar, la otra expresión que hemos citado y que se debe sumar en importancia a la aptitud es la actitud, es decir la predisposición de una persona para realizar su actividad profesional en condiciones tales que pueda dar un servicio eficiente y eficaz. Porque es tan importante rendir bien como hacerlo con los medios que se dispone. Y si estos no son suficientes habrá que hacer las reclamaciones internas a sus superiores para que habiliten los medios necesarios para que el trabajo pueda desempeñarse en condiciones correctas. Pero la actitud ante una actividad laboral supone que cuando se está de cara al ciudadano, tanto en la Administración Pública, como la privada, debe existir una disposición a ponerse en la piel y en el papel de quien está demandando un servicio por parte de nosotros, y no estar en una mesa con desgana y/o poniendo todas las trabas posibles al ciudadano para que lo que demanda no pueda cumplirse. Porque cuando estos acuden a la Administración lo hacen con un problema que para ellos es importante, aunque para el servidor público no lo sea tanto. Cuando una persona acude a una ventanilla publica quiere respuestas y hay que intentar, en la medida de las posibilidades, atenderlas, no mirar hacia otro lado y «aplicar el reglamento» sin detenernos a ver si puede haber una salida al problema que lo resuelva.

En la Administración si se actúa sin actitud se incumple la obligación de la correcta prestación de los servicios públicos que, no lo olvidemos, paga cada uno de los ciudadanos que demandan esos servicios de los funcionarios. Pero no solo por eso se debe tener una buena actitud, sino porque debe ser una condición de vida ante el trabajo. Y no puede ser que nos quejemos de que no lo tenemos y cuando lo conseguimos nos quejamos de que es insoportable llevarlo a cabo y lo acabamos pagando con el ciudadano. Esa no es una actitud saludable ni adecuada. Y quien no la tenga sobra en el equipo.

Además, habrán comprobado en sus propias carnes como quien no tiene actitud no para de quejarse en su trabajo, porque mientras se queja ante el ciudadano no atiende lo que debería atender. Y la queja lo es porque le molesta trabajar. Unas veces la excusa es que hay mucho trabajo, otras que no tiene tiempo, o que no hay medios, u otras, cuando con mejor actitud y con su aptitud que habrá demostrado para estar en esa ventana resolvería en alguna medida el problema del ciudadano. Cierto y verdad es que existen números profesionales que tienen una óptima aptitud y hacen lo posible para resolver los problemas de los ciudadanos ?y esta es la regla general?, pero hay otros que no la tienen y ralentizan que los servicios salgan adelante. Y esto lo vemos todos los días con actitudes que merecen un cambio. Cierto es, sin embargo, que los medios disponibles deben ser otros, pero no debe ser una excusa permanente, porque hay profesionales que con carencias tienen actitud y hacen su reivindicación interna, pero tras atender al ciudadano.

Por todo ello, las sociedades que consiguen implementar en su engranaje la aptitud y la actitud en los términos expuestos son sociedades que progresan en sus resultados y en su atención a sus ciudadanos. Y al final se constituye una cadena de esfuerzos y resultados que hacen que esa sociedad funcione y sus ciudadanos estén satisfechos de lo que reciben y, a su vez, hagan lo mismo cuando deben atender a quienes a ellos les demandan un trabajo. Así de fácil es y así de difícil también. Aptitud y actitud como premisas del éxito... o del fracaso.