Hay ocasiones en las que sabemos que debemos cambiar un factor importante de nuestra vida, incluso sabemos cómo deberíamos hacerlo, y, por si no fuera suficiente, hemos realizado el intento en muchas ocasiones, pero, en definitiva, nunca hemos sido capaces de lograrlo. Ya se trate de superar un miedo a hablar en público, terminar una relación que hace tiempo estaba acabada, o iniciar ese proyecto personal que, en el fondo es lo único que nos apasiona.

Pero ¿qué nos lo impide? ¿Cuáles son esas resistencias que nos llevan siempre al punto de partida? Y, ¿cómo podemos superarlas?

En primer lugar, pensemos qué beneficio obtenemos manteniéndonos en el lugar que estamos. Probablemente la comodidad, el continuar en la zona de confort, sea uno de los primeros motivos que nos impiden cambiar. Puede que no seamos felices en este punto, pero es fácil vivir así. Mantenemos el control.

En segundo lugar, es fundamental contemplar todas aquellas personas que influyen en que nuestra situación se perpetúe. ¿Cuántos seres cercanos prefieren, aunque sea de modo inconsciente, que prosigamos en el lugar que estamos? Hay veces en que nuestra dificultad permite a otros ejercer su rol de cuidadores, y esto proporciona un gran sentido a sus vidas, y les evita afrontar sus propios problemas. No estamos diciendo que deseen nuestro mal, sino que la mayoría de las dificultades que consideramos personales, en realidad no lo son; se trata por el contrario de dificultades familiares, o de pareja, pues entre todos propician la pervivencia de la dificultad. Sirve para ilustrar esta situación aquel sujeto que cuando se decide por fin a dejar el trabajo, es requerido por su madre para que le devuelva el dinero que le prestó, ya que ahora lo necesita para un asunto importante.

En tercer lugar, podemos considerar nuestros automatismos, es decir, aquellas conductas de las que no somos conscientes, pero están fuertemente arraigadas, y su función es precisamente continuar con el statu quo. Sirva como ejemplo la persona que cada vez que decide terminar con su pareja se ve aquejado de una migraña fulgurante.

Las justificaciones y el victimismo son quizá el método más frecuente que nuestra mente emplea para evitar los cambios. Frases como «de algo hay que morir» o «mi situación es tan frustrante que ya nada importa», pueden servirnos para validar cualquier decisión.

Identificar todas estas resistencias es el primer paso para el cambio. El siguiente consiste en adquirir un compromiso, ya sea con nosotros mismos o acompañados por un terapeuta. Recordemos que todo cambio implica una pérdida de control, que vamos a pisar un terreno inexplorado. Y, en último lugar, pasar a la acción, siendo ésta la única vía real para lograr que suene una melodía diferente.