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Turismofobia y taurinofobia

En las últimas semanas venimos asistiendo a una serie de hechos vandálicos deplorables e inadmisibles que unos cuantos individuos, jovenzuelos la mayoría

Buena noticia la de J orge Rico saliendo a hombros el pasado domingo en la novillada de agosto, única del año y desligada de la feria de Hogueras por obra y gracia de la actual empresa. El Club Taurino le ha concedido al joven espada, además, el trofeo «Ángel C. Carratalá» al novillero triunfador. Las esperanzas vuelven a encenderse, aunque con cautela. Rico sabe de los pecados de juventud que le llevaron casi al olvido. Que no los olvide en esta nueva etapa de su incipiente carrera.

Y es que eso de la juventud tiene su cosa. En las últimas semanas venimos asistiendo a una serie de hechos vandálicos deplorables e inadmisibles que unos cuantos individuos, jovenzuelos la mayoría y adscritos a un movimiento llamado «Arran», han cometido contra intereses turísticos en diversas localidades con ese marcado sesgo vacacional. No dejan de ser una bengala de aviso sobre otro movimiento mucho más profundo que no solo no está contra el turismo, sino que lo que pretende es dignificarlo y hacerlo sostenible y duradero.

Frente al capitalismo atroz que siempre pretende liberalizarlo todo con tal de extraer el mayor beneficio económico, hay también un movimiento de dignificación en contra de los abusos sobre cuantos participan en hostelería y demás servicios de ocio, así como de sostenibilidad para esas ciudades y pueblos que tienen un «exterior» muy apetecible para el visitante, pero que se están jugando seguir teniendo vida «interior». En ambas direcciones, todos conocemos casos de camareros con contratos de pocas horas echando el día completo por sueldos pírricos, al igual que pueblos, ciudades o barrios que están sufriendo una inflación en los alquileres de las viviendas que están echando a los vecinos y, como consecuencia, matando la vida de la zona. Lejos de ser estos (y otros muchos más) problemas entendidos como «daños colaterales» según el capitalismo sin escrúpulos, en realidad suponen problemas estructurales y de vertebración de nuestra economía y nuestra sociedad. Según los datos, esa explotación nos convierte en destino turístico puntero, mientras que un 40% de españoles no puede permitirse una semana de vacaciones. Esta paradoja no es más que el objetivo de Europa: convertirnos en el «low cost» vacacional de los países del norte, el vagón restaurante de la locomotora de la nueva Europa. Y quienes pretenden luchar contra este modelo, exigir una regularización que haga posible la sostenibilidad de la vida con el turismo y los sueldos dignos, no pueden ser tenidos por «turismófobos» o como quiera que se diga. Relacionar eso con la violencia de Arran es demagogia capitalista barata.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el mundo del toro? Pues mucho, aunque no lo parezca. Dentro de los aficionados al toreo, en los últimos tiempos (aunque es algo que viene de casi siempre) se ha venido demandando un espectáculo íntegro, justo, variado en todo aquellos que permite la propia tauromaquia, frente al espectáculo de «toreros de moda» (esos del primer G8, luego G5...) ante el conocido como «monoencaste», que vendría a ser lo proveniente de la familia Domecq principalmente, aunque con alguna ramificaciones más. Se han visto en pancartas por los tendidos de Las Ventas durante San Isidro, y se puede pulsar también en las redes sociales. Los taurinos del «sistema», claro han pretendido ningunearlos y silenciarlos, denunciando poco menos que esas manifestaciones atentan contra la fiesta y son, por tanto, antitaurinas, en lugar de reconocer el espacio de crítica que todo arte reconoce y hasta necesita. Igualar a los aficionados críticos con el reich animalista viene a ser como identificar a todos los que luchan por un turismo sostenible con los que han quemado el autobús turístico barcelonés.

Pero no se puede confundir al personal aprovechando el río revuelto. Si uno echa un vistazo a las sustituciones que se han generado estos días (por ejemplo, las del convaleciente Manzanares, o las de Roca Rey los últimos meses) y repasa los nombres de quienes han ocupado esos puestos, salvo Ginés Marín no hay casi ningún nombre de los valores emergentes que en las primeras y principales ferias dieron el callo. Recuerden, como botón de muestra bochornoso, el sapo de Fran Rivera que nos tragamos en Alicante en Hogueras. Bajo el argumento económico («es que no llevan público»), los empresarios de la gallina de los huevos de oro prefieren repartirse el corral ellos solitos y no dejar pasar ningún otro gallo. No hay que quemar autobuses, pero quizá poner ciertos cascabeles y luchar por otro modelo que acabe con el monopolio de empresario-apoderado-ganadero constituiría un buen comienzo.

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