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Dos clowns para el fin de fiesta

Digámoslo claramente: la gran proeza de Donald Trump es haber logrado algo que parecía imposible, haber puesto al presidente USA a la altura de Kim Jong-un. En realidad un poco por debajo: Kim no sólo es un payaso bastante más simpático, siempre rodeado de esa corte de generales de opereta con enormes gorras que le ríen todas las gracias, sino que está demostrando que es bastante mejor que Trump en el juego de estrategia que se traen. ¡Qué tiempos aquellos en los que se rondaba el holocausto nuclear con la debida gravedad, en una tensión entre grandes potencias que aspiraban a dominar el mundo cabalgando sus respectivos sistemas económicos e ideológicos! Que ahora pueda desatarse un conflicto atómico a partir de las bravuconadas de un par de showman de baja estofa es una pérdida de estilo de tal calibre que casi hace preferible, como alternativa letal, la del solemne cambio climático.

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