Terminé de leer hace unos días el excelente libro El fin de ETA (Espasa Libros, 2017) escrito por los periodistas José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea en el que realizan un sólido y clarividente estudio sobre los últimos años de ETA y su esperado final así como sobre las conversaciones que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha con ETA y la antigua Batasuna para conseguir su derrota con el respaldo del Congreso de los Diputados al aprobar por amplia mayoría -el 17 de mayo de 2005- el diálogo con ETA y concediendo, por tanto, legitimidad democrática a este delicado proceso.

Lo primero que cabe recordar es que desde que en 1977 la democracia se reinstauró en España tras el golpe de Estado de 1936 y su consiguiente dictadura, todos los Gobiernos democráticos llevaron a cabo conversaciones con ETA con el fin de conseguir que terminasen los asesinatos y extorsiones. Acciones delictivas que el entramado etarra intensificó con la llegada de la democracia a España tras cuarenta años de dictadura asesinando y secuestrando cuando podían para poner al Estado contra las cuerdas y obligarle a negociar y, por tanto, tratar de conseguir disparatadas peticiones como la anexión de Navarra al País Vasco o la creación de una gran patria vasca que debía incluir territorios pertenecientes a Francia. Intentos de negociación que terminaron sin el resultado deseado y que incluso en alguna ocasión, como ocurrió durante las conversaciones entre el Gobierno del Partido Popular y ETA en 1998, sirvieron para que ETA se fortaleciese con nuevos miembros y más armas.

Y es importante recordarlo porque la política terrorista tuvo casi siempre unanimidad entre los partidos políticos a la hora de apoyar al partido político que en un determinado momento ejercía el Gobierno y, por tanto, hacía todo lo posible por combatir a ETA mientras al mismo tiempo trataba de hallar un puente de plata para la huida de ETA. Decimos casi siempre porque el Partido Popular utilizó la cuestión terrorista como arma desleal y barriobajera durante los años de existencia de ETA: exigiendo lealtad a cualquier decisión que tomara sobre el terrorismo cuando estaba en el Gobierno y acusando a los gobiernos socialistas de traicionar a los muertos y de venderse a ETA cuando estaba en la oposición.

Durante la tregua de 1998 en la que José María Aznar informó en rueda de prensa que había autorizado conversaciones con el MVLN sin aprobación parlamentaria y sin informar de su contenido a la ciudadanía, el Partido Popular realizó un acercamiento masivo de presos etarras a cárceles vascas como gesto de buena voluntad para conseguir una declaración de la dirección de ETA. Todos los partidos apoyaron al PP pese a no estar de acuerdo con las líneas maestras del proceso ni con declaraciones como las del entonces portavoz del Gobierno, Josep Piqué, que aseguró que en el proceso de negociación con ETA no habría ni vencedores ni vencidos lo que en la práctica significaba poner al mismo nivel a los asesinos y a sus víctimas.

Los autores de este libro explican cómo fue el proceso, las reuniones que se celebraron y los resultados que se fueron consiguiendo, entrevistando para ello a todos los implicados incluyendo a políticos, guardia civiles, policías y exterroristas. Especialmente llamativas y ridículas son las declaraciones que Javier Mayor Oreja hace en el libro. Todavía sigue afirmando que Zapatero claudicó frente a ETA cuando el tiempo ha demostrado -ya se sabía en su momento en realidad- que los terroristas no consiguieron ni uno solo de sus objetivos. Ni siquiera el acercamiento de los presos etarras a cárceles del País Vasco.

Llamó la atención en su día que, cuando ETA anunció el cese definitivo de sus asesinatos y extorsiones gracias a la persecución policial y judicial y gracias también a que las conversaciones dirigidas por el socialista Jesús Eguiguren consiguieron dividir a Batasuna y a ETA, lo que tenía que haber sido una noticia histórica tuvo en realidad en los medios de comunicación una importancia mucho menor de lo esperado. Resultó evidente que a los periódicos y televisiones conservadoras no les hizo ninguna gracia que fuera un Gobierno socialista el que terminase con ETA. No entendieron que la derrota del terrorismo y de todos aquellos que de una manera u otra lo apoyaron fue un triunfo de todos los españoles representados en democracia.

El principal enemigo de las dictaduras y de los que a lo largo de la historia de España han ejercido la violencia es que el paso de tiempo entierra cualquier atisbo de justificación que sus acciones pudieron tener. Quedan enterrados, por tanto, en la vergüenza y el olvido, los que apoyaron a ETA, los que miraron para otro lado por interés económico o por cobardía y los que trataron de obtener réditos políticos a costa de la lucha contra el terrorismo. Quedan bien presentes en nuestra memoria los que murieron defendiendo la libertad y los que consiguieron terminar con ETA. A todos ellos nuestro respeto y agradecimiento eterno.