La corrupción es un detritus que está extendido en todos los niveles de las administraciones públicas. Y hay que succionarla allegando las suficientes máquinas de desemboce, y haciéndolo, además, con la máxima celeridad. Ya no se admiten demoras, pues la metástasis avanza a poco que se escarbe. A nadie escapa que el fraude y el desvío inmisericorde de fondos públicos inciden gravemente en la recuperación económica, pero mucho más en las conciencias de los españoles de a pie, que ya no toleran. En roman paladino, como dijera Gonzalo de Berceo, esto se llama hacer cambios in radice en nuestro ordenamiento jurídico. Que han habido reformas legales para intentar mitigarla (ley de transparencia, financiación de partidos, conflictos de intereses, declaración de patrimonios, etcétera), sí, pero timoratas, no de calado, no de enjundia o que sean perceptibles por el común de la ciudadanía. Así, la normativa sobre transparencia se está incumpliendo. ¿Y qué? ¿Alguien dice algo? ¿Nos rasgamos la vestiduras? Las normas se aprueban para ser cumplidas, debiendo de dar ejemplo los poderes públicos (artículo 9.1 en relación con el 103.1 CE).

Es por ello que el ejecutivo europeo ha considerado como absolutamente insuficientes las medidas adoptadas por España, censurando, acto seguido, que no se hubiera diseñado toda una «estrategia concreta»; en definitiva: un planning de actuación contra esa lacra que pudre los cimientos de nuestra democracia. Le había sido recordado ya en el informe del 2016 la exigencia de aprobación de normas que protejan a los denunciantes (todos sabemos cómo han terminado algunos valientes que se han atrevido a «hablar»). Y lamenta, creo que sarcásticamente, que para luchar contra la corrupción se restrinja los tiempos de instrucción en los juzgados reformando la Ley de Enjuiciamiento Criminal pudiendo generar espacios de impunidad. Es poco menos que el mundo al revés. Resolver metástasis con aspirina.

Es muy triste leer que España se pone a la altura de países como Turquía, Brasil y Libia, por ejemplo, lugares en donde más ha crecido la corrupción. Y hemos de envidiar a países nórdicos como Dinamarca, en la cúspide de la transparencia. Convendrán que el estío es un buen momento para parar y reflexionar sobre qué estamos haciendo mal. Y no hay que quitar buena voluntad a nadie, pero es difícil que el partido en el gobierno que tantos y tantos casos ha generado -desde distintos niveles de las administraciones públicas- pueda ser el adalid o impulsor de ese cambio radical que se necesita.

Por tanto, habiendo dado el CIS un espaldarazo a la opción socialdemócrata de este país, debe ser aprovechado para abanderar, en este ámbito, la «regeneración institucional», debiendo sumarse Ciudadanos y Unidos Podemos a esa catarsis colectiva. Pero con la moderación y seriedad que la sociedad española está pidiendo. Nada de piruetas. De ahí que traiga a colación las palabras de Calderón de la Barca: «El valor es hijo de la prudencia no de la temeridad». El terreno de juego es muy amplio para que los jugadores puedan desenvolverse. Levántese ya el telón.