Hace algunas pocas generaciones los mayores vivían con sus hijos, y naturalmente con sus nietos, y transmitían una serie de costumbres, de valores y además dependían, generalmente, de sus hijos e hijas; no eran económicamente independientes y sus expectativas de vida eran otras. El Estado de Bienestar, el acceso gratuito a la sanidad pública, alfabetización, etc. Hoy ser mayor es muy distinto. No es excepcional poder cumplir noventa años y soplar las velas.

El escenario ha cambiado. Los mayores cumplen un papel muy distinto. Gracias a las pensiones y que están bastante bien de salud, millones de ellos en España ayudan económicamente a hijos y nietos, y la crisis además los han convertido en verdaderas guarderías. Basta ver a la salida de las escuelas quiénes están esperando a los pequeños. Y está mal visto quejarse: los quieren mucho, no podría ser de otra manera, y disimulan achaques y de lo que se privan para mantenerlos. Hacienda debería establecer desgravaciones fiscales para este «ejército de salvación». Sus esfuerzos son voluntarios, pero no se pueden negar; sólo en la intimidad dirán «estoy hasta el gorro». Y lo que les molesta particularmente ser llamados dos horas antes para que se ocupen de las criaturas, que los padres consideren que, naturalmente, no están ocupados, y estos mayores no sólo se dedican a ver la televisión. No pocas veces tienen una vida social entretenida, algunos hacen cursos que nunca tuvieron la oportunidad de hacer, otros caminan porque así el médico lo aconsejó, otros y otras se reúnen en un bar con colegas y disimulan las ausencias que se van produciendo: la semana pasada lo vi también...

Hace unos días en los medios de comunicación se habló de un síndrome, el síndrome de emperador. Se referían a los niños con una conducta incontrolable, que se creen con el derecho a exigir lo que se les ocurra. Se trata de menores que han vivido «sin padres», padres que han visto sólo cuando ya les habían puesto el pijama, un beso y a dormir (la mera presencia de los progenitores no significa un cuidado integral de los hijos); y la culpa lleva a decirles a todo que sí. Hay un caso de un niño de once años que tiró el móvil contra la pared, un móvil que costaba 900 euros; la madre le dio una bofetada (conducta reprobable) y este «emperador» la denunció, manipulado por un papá que vive en otra casa, posiblemente con otra pareja. Se recoge lo que se siembra.

La presencia de abuelas y abuelos, acompañando, educando, estando presentes, están evitando muchos «emperadores». En estos casos la patria potesdad habría que repartirla, los mayores tendrían el derecho legal a decidir sobre la vida de estos menores que están custodiando.