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Joaquín Rábago

Desaparecen las playas

Tuve ocasión de ver el otro día en la excelente cadena de TV franco-germana ARTE un documental dedicado al negro futuro de las playas, que debería exhibirse sobre todo en las escuelas.

Se advertía en él de la progresiva desaparición de esa barrera natural como consecuencia de la acción del hombre y de lo que ello puede representar en un futuro próximo para miles de millones de personas que viven junto al mar.

Los científicos, esos individuos en los que no creen el presidente de EEUU, Donald Trump, ni sus ignorantes seguidores, llaman la atención sobre la progresiva subida del nivel de los océanos, que ya amenaza seriamente islas y zonas costeras.

Es el resultado sobre todo del calentamiento del planeta, que hace fundirse los casquetes polares y provoca al mismo tiempo cambios importantes en la circulación del agua de los océanos.

Las playas de todo el mundo no dejan de perder arena, algo de lo que son perfectamente conscientes quienes viven en su proximidad o acuden a ellas en época de vacaciones.

La construcción indiscriminada de edificios y todo tipo de barreras artificiales obstaculiza el movimiento natural de la arena de las playas e impide su necesaria regeneración.

Esa arena es sólo roca pulverizada que a lo largo de los milenios ha llegado desde las montañas, arrastrada por los cursos de agua.

La construcción acelerada de presas y pantanos en muchas partes del mundo impide que esa arena siga llegando de modo natural hasta el mar y es uno de los factores que contribuyen a la erosión acelerada de las playas.

Igualmente grave es la extracción de la arena directamente de las playas para la construcción de autopistas, de edificios cada vez más altos, que permanecen muchas veces vacíos, o incluso de islas artificiales.

Para construir la famosa Palmera de Dubái se necesitaron 150 millones de toneladas de arena, que se extrajeron de la costa. Y se calcula que para un kilómetro de autopista se necesitan 30.000 toneladas.

En los últimos veinte años, la demanda mundial de cemento se ha incrementado en un 60 por ciento mientras que la de China lo ha hecho en un 437 por ciento.

El pequeño Estado de Singapur es el mayor importador de arena para sus rascacielos con 517 millones comprados a varios países asiáticos.

Como ocurre con otros recursos naturales, la especulación y el puro afán de lucro suponen una amenaza para el futuro del planeta y la vida de futuras generaciones. ¿No hay nadie capaz de parar esa locura?

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