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Vuelta de hoja

Pederastas

Hoy es martes (domingo para ustedes), primero de agosto. Hace un calor vengativo, un calor con mala saña, como si el mundo se hubiera convertido en una novela caribeña de García Márquez. Tengo a Macondo metido entre los sudores del pecho, gotas que no cesan entre mi ya exigua pelambrera. Cuando uno va entrando en cierta edad, todo se hace exiguo, escaso, ralo y lacio. Uno empieza a parecerse a su abuelo y a ser una caricatura de sí mismo, de lo que fue treinta años atrás, mocetón vigoroso y con toda la maquinaria engrasada y en su sitio. Hace un calor pegajoso, aturdidor, antediluviano. Cuando despertó, el calor aún seguía allí. El calor hace que todo languidezca. Languidece el amo/a de casa, con su carrito de la compra, el pobre currante negro como un tizón que arregla un puente, languidecen los niños en cuyas cabezas hace nido la araña del hastío, languidece un servidor de ustedes que se ha lanzado a escribir este artículo sin saber muy bien por dónde vendrá el aire, si por poniente o por levante, por eso he dejado el título para el final. Dios proveerá (ora pro nobis. Amén).

Sí, el calor es la antesala de la molicie, del desparrame neuronal y del atrincheramiento de las lorzas en sofá mollar y confortable. Uno, que ya está de vacaciones forzosas, circunstancia ésta que le hacen más mal que bien a sus horras arcas, intenta agotar todos sus recursos para no caer en la insoportable levedad del aburrimiento. O sea que, hasta octubre, soy un parado más, esa noble casta que se nutre y sobrevive con la mitad, de la mitad, de la mitad que un diputado en concepto de dietas (empieza el baile, Carlos. A meterte en charcos, que es lo tuyo). Y es que no sé si la casta, la peña, la cosa nostra, el despiporre político está ya de vacaciones pero que no salta ni una liebre escandalosa, ni un mísero espanto. Las aguas fecales vuelven a calmarse en agosto y, claro, acostumbrados como estamos al jaleo diario, al chanchullo descacharrante, a la ignominia consuetudinaria, uno se aburre, que hasta la corrupción languidece en llegando los calores. Un escandalito de nada, hombre, que no cuesta nada, que desde la última marianada delante de un tribunal, la cosa está muy sosa. Bueno, hay un escandalazo, no sé si real o flor de rumorología que, después de veinte años, reverdece en las redes sociales. No hay vez que me meta en los mentideros del Facebook en que no aparezca algún nuevo apunte, algún artículo, algún nuevo dato sobre la trama de pederastia (ven, ya tengo el título de esta monserga). Lo llaman el caso Bar España, al que también se relaciona con el de las niñas de Alcàsser. Al parecer, en la terrible trama aparecen nombres de peces gordos, gordísimos que no voy a poner en esta tribuna en evitación de que se me presente en casa la pestañí y acabe con los huesos en el trullo. Hay una película, una serie de películas francamente desagradables escritas y dirigidas por Eli Roth y coproducidas por el aterrador Tarantino. «Hostel». El asunto es sencillo. Una trama criminal se dedica a atraer turistas a un hotel. Estos son llevados a una nave abandonada donde gente muy rica y poderosa paga por cometer sobre ellos todas las aberraciones y perversiones inimaginables. Es decir, seres humanos que pagan cantidades desorbitadas para divertirse torturando y matando a otros seres humanos. Hasta aquí la ficción. La realidad o el rumor tienen mucho que ver con lo que les cuento. Un grupo de criminales capta niños, por lo general en estado de acogida en cualquier centro, los llevan a los altos del bar mencionado y empieza una orgía de abusos, drogas, alcohol y sangre. «Violaban a los niños hasta reventarlos» dice un comentarista. Incluso graban las tropelías para negociar con ellas. Veinte años después, muchos de estos niños ya hombres y mujeres, los que sobrevivieron, se convirtieron en carne de cañón, delincuentes, drogadictos, encarcelados o viviendo su tremendo trauma en la calle, pero empiezan a tirar de la manta. A veces me pregunto, cuando voy caminando, con cuántos monstruos me cruzo con apariencia de ciudadano venerable. También me pregunto qué clase de engendro puede sentir por un niño algo que no sea ternura.

Hace un calor denso, espeso. Voy a dibujar a un niño para ilustrar este artículo si el calor y el mal cuerpo que me ha dejado escribir esto me lo permiten. Con Dios.

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