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José María de Loma

Los paraguas

He visto gente con paraguas. Quiero decir que he visto gente con paraguas estos días. Gente con paraguas he visto mucha en mi vida. Los días de lluvia sin ir más lejos. Bueno, yendo lejos, que si te quedas en casa no ves a nadie lleven o no paraguas. He visto gente con paraguas hoy y ayer es lo que quería contar. En pleno verano. Para protegerse del sol. O sea, quizás vuelvan las sombrillas pero como no hay muchas, la gente utiliza como tales los paraguas. A estas alturas de la columna no sabemos si ésta versa sobre tendencias estéticas o acerca de que hay gente estrambótica. A mi, con tal de que no abran el paraguas en casa, da mala suerte, me da igual que lo porten por la calle con viento caliente, cielo limpio y posibilidad cero de lluvia. Los paraguas hacen mucha compañía. Y no hay que sacarlos a pasear ni mean, ni lanzan ventosidades o excrementos en momentos inoportunos.

A la gente que está algo sola yo le recomiendo un paraguas y si está muy sola, dos paraguas. Yo a los paraguas no les cojo cariño pero los pierdo mucho y me entra un desconsuelo que sólo se me quita con un café con leche y magdalenas. A veces fantaseo con dónde irán, donde estarán todos esos paraguas que yo he perdido. Tal vez uno pertenezca a una atolondrada joven obsesionada con la depilación de sus piernas y el cambio de la ley hipotecaria que sea novia a distancia de un comerciante de Edimburgo que oculta a todos sus amigos que es del Celtic de Glasgow. En Glasgow sí que hay muchos paraguas todo el tiempo. Tal vez allí viva y se moje uno que extravié comprado en el Guggenheim de Bilbao, lugar al que llegué algo embotado por las gildas y los txacolis y del que salí despistado y contentorro después de mezclar a Tapies con Basquiat tras lo cual traté de subirme a una obra de esas de Jef Koons que parecen de plástico y son de metal. «El que compra paraguas cuando llueve, valiendo sólo seis le cobrarán nueve», dice la sabiduría popular. Hay un libro que se llama Paraguas roto, de Anne Invierns, un poemario que alguien una vez me regaló y que perdí en una bulla del metro de Madrid. Lo mismo sigue en el vagón, pasando de mano en mano cruzando la ciudad de un lado a otro hasta llegar al barrio de Salamanca, calle Jorge Juan, donde se ubica un célebre restaurante de nombre El paraguas, en el que a mi me gusta tomar el consomé de rabo de buey y el arroz negro con zamburiñas. En los restaurantes debería haber servicio de paraguería. Si es que existe palabro tal. Por si llueve cuando vas a salir. Te piden un taxi y no sé por qué no te pueden pedir un paraguas. Llueva o haga sol.

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