Al principio de los tiempos se hablaba de hombres de club, aquellos futbolistas que aunaban las principales señas de identidad de la institución para la que jugaban. Para los clubes era fácil acumular tipos de estos en sus filas: el derecho de retención lo hacía fácil. Pagando el diez por ciento más del sueldo se acaba con cualquier opa hostil de la competencia. Pasó el tiempo y llegaron los jugadores franquicia, aquellos que además de estrellas en el campo ?hubo casos en los que no hizo ni falta? lo eran fuera del terreno de juego a base de vender camisetas y servir de hombres-anuncio para colocar al personal cualquier producto que el buhonero de turno llevara en la carreta.

Ahora, y tras el desembarco de Neymar, los «toiss» ?la versión «cool» de los cortesanos de las monarquías absolutistas? y su padre-representante en París, tras el pago de 222 millones por parte del PSG y su dueño catarí, llega la era de los futbolistas-estado. Y es que muchos aseguran ?y no sólo el Barça del sorprendido Bartomeu? que el dinero para comprar la libertad de Neymar y las correspondientes comisiones llegó directamente de las cuentas de Qatar, un país bajo la lupa de Occidente y de sus vecinos árabes por supuestamente financiar a grupos terroristas islámicos.

«Cuando un país es dueño de un club, todo es posible», afirmaba Arsène Wenger, entrenador del Arsenal inglés, tras el fichaje de Neymar en clara referencia a la presencia dominante de Qatar Sports Investments, compañía propiedad del estado de Qatar, en el accionariado del PSG.

¿Pero qué interés podría tener Qatar en comprar a Neymar? La intención, dicen los más críticos con la operación, pasa por convertir al brasileño en el mejor embajador del Mundial que se disputará en el país árabe en 2022 y lavar su imagen de ser un estado gobernado por una dictadura teocrática y amigo de los terroristas más radicales, lo que ha llevado a una coalición de países árabes liderada por Arabia Saudí a romper relaciones con el hasta hace poco colega del exclusivo club del petrodólar. También para que Neymar y otros ? Xavi Hernández, por ejemplo? alaben en la Europa futbolística las inversiones que se están llevando a cabo en Doha para acoger el Mundial, a pesar de que se corra el riesgo de ver a jugadores desplomándose sobre el césped tras no aguantar temperaturas de más de 40 grados.

Aunque al final esto puede ser lo de menos. En Qatar ya trabajan en buscar una solución a los golpes de calor: campos cubiertos, un sistema de riego sobre los estadios para rebajar la temperatura ?parecido al que se usó en algunas zonas de la Expo de Sevilla 92? o incluso pedir a la FIFA que el Mundial se juegue en invierno.

De aquí al 2022, y como dice Wenger, todo es posible. Incluso seguir fichando a grandes estrellas para convertirlas en jugadores-estado y tratar de utilizarlas políticamente. Y más con estamentos por el medio como la FIFA y la UEFA tan opacos como una tormenta en el desierto... de Doha.