Siempre que conocemos el suicidio de una persona no podemos evitar sentir un sobrecogimiento aunque quien lo haya hecho fuese para nosotros un completo desconocido o un personaje público por el que no tuviésemos ninguna simpatía. Sigue siendo el suicidio un tema tabú del que no se quiere hablar por mucho que, en la actualidad, sea el número de fallecidos por esta causa el doble que por accidentes de tráfico o la principal causa de muerte entre los adolescentes europeos.

Las razones de este silencio pueden ser varias. Por un lado, el doloroso proceso que se abre en el entorno familiar y social del fallecido con su lógico sentimiento de culpa por no haberse dado cuenta de lo que resultó ser inevitable. ¿Debí llamar a esta persona más a menudo?¿Cómo fue posible que no me diera cuenta de que iba a suicidarse? Por otro lado, el concepto en sí no facilita el hablar de ello. Que alguien prefiera no vivir antes que hacerlo y que con ello contradiga el principio de supervivencia que todos los seres vivos poseen enmudece a los que conocían al suicida incluso en el caso de conocer el motivo que le ha llevado a tomar una solución tan dura y dramática.

Ante el inesperado suicidio de Miguel Blesa, el pasado día 19, lo primero que debemos hacer es expresar nuestras condolencias a la familia sin entrar a valorar las posibles desavenencias familiares que, seguramente, han estado detrás de la muerte de Blesa. Pero lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre las voces que han surgido responsabilizando de su muerte a una supuesta campaña difamatoria orquestada en su contra no se sabe con exactitud por quién -que en cualquier caso dejan intuir que estaba formado por un conglomerado de partidos políticos de izquierda y de diversos medios de comunicación-, pero que según estas voces están detrás de la muerte del expresidente de Caja Madrid. Al parecer, según los defensores de una nueva teoría de la conspiración, fue la avalancha de descalificaciones y juicios de valor sin ninguna base que se hicieron sobre Miguel Blesa desde su salida de Bankia y sus lógicos problemas judiciales a los que comenzaba a enfrentarse -y que ya le había supuesto una condena a seis años de cárcel por el caso de las tarjetas Black pendiente de casación por el Tribunal Supremo- los que motivaron su suicidio.

Se ha querido comparar este caso con la muerte de Rita Barberá hace unos meses en un hotel de Madrid, tratando de crear un tótum revolútum para así poder echar la culpa de lo que pueda ocurrir a cualquiera que esté siendo investigado o haya sido declarado culpable por los tribunales de justicia y que pertenezca o haya pertenecido a la órbita del Partido Popular, a todo el que se atreva a hacer algún tipo de juicio de valor a raíz de los informes policiales encargados por la autoridad judicial competente que acrediten una metodología criminal en relación con delitos de corrupción o de guante blanco, es decir, de esa clase de delitos que se cometen en despachos con moqueta y paredes forradas de madera que siempre terminan con cientos de ciudadanos anónimos sin sus ahorros.

Ha llamado la atención que en el funeral y posterior entierro de Miguel Blesa no estuviese ni uno solo de los consejeros que nombró mientras fue presidente del Consejo de Administración de Caja Madrid que vivieron muy bien gracias al sueldo que tuvieron a costa de los clientes de la caja madrileña. Tampoco pudimos ver a ningún miembro del Partido Popular a pesar de que Bankia financió innumerables proyectos megalómanos para este partido sobre todo en los años de vino y rosas del PP en la Comunidad de Madrid gracias a los cuales consiguió gran publicidad y, con toda seguridad, un buen puñado de votos extra.

Miguel Blesa pasó de ser adulado allá donde iba a ser ninguneado y marginado por su círculo social y político más cercano. Pocas cosas hay más crueles que la caída en desgracia. Los amigos nuevos suelen serlo del cargo, no de la persona. Blesa no debía saberlo.

Rita Barberá falleció por un fallo hepático producto de unos hábitos poco recomendables y por no ser ingresada en las Urgencias del hospital público más cercano al hotel donde se hospedaba y en el que, sin duda, le habrían salvado la vida, cuando sus síntomas se agravaron. Miguel Blesa no soportó, probablemente, la presión del olvido y del ostracismo social al que fue condenado por sus amigos de toda la vida, como fue José María Aznar.

Estas lamentables muertes no deben ser achacadas a una supuesta presión social insuperable que se lanza sobre cualquier sospechoso de haber cometido un delito. La sociedad puede y debe juzgar moralmente a aquellos que aprovechándose de la confianza que la sociedad les otorga para dirigir el destino económico y social de un Estado se enriquezcan ellos mismos o un grupo cerrado con pretensiones de crear una nueva clase social de privilegiados de la política.