Cuando recibí el mensaje que me daba la noticia del fallecimiento de Pepe Beviá, confieso que me conmovió profundamente. Aunque sabía de su enfermedad, de la entereza estoica con la que se enfrentó a lo inevitable, siempre se teme lo que se desea que no ocurra. Más que del personaje público, me gustaría hablar del José Beviá, Pepe Beviá, que tuve el placer de conocer y con el que tuve ocasión de trabajar durante mi etapa al frente del entonces vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante. El desempeño de un cargo de gestión o de un cargo político tiene la peculiaridad de que, aunque se trate de un tiempo limitado, la intensidad de lo vivido por las muchas y variadas actividades que condensa- es tal, que las vivencias quedan comprimidas, como en un archivo informático. La noticia del fallecimiento de Pepe ha actuado como un detonante que las descomprime, de manera que acuden a la mente recuerdos intensos y emotivos.

Mi primer encuentro con Pepe Beviá data del año 2005, cuando el Archivo de la Democracia era ya un proyecto iniciado en la Universidad de Alicante, pero que era necesario desarrollar. El proyecto tuvo la fortuna de contar, desde sus inicios, con la sabiduría, la ilusión, la energía y el enorme bagaje vital acumulado por Pepe Beviá. Pepe poseía unas cualidades que lo hacían la persona idónea para trabajar en equipo, concitar acuerdos, contagiarnos con su ilusión. Esa fuerza la compartió con todas las personas que integraron el Consejo Asesor del Archivo de la Democracia, convirtiéndolo en un proyecto colectivo, del que conseguía que todos nos sintiéramos parte. Su dilatada experiencia, su amplia red de contactos, pero sobre todo su bonhomía, enriquecieron los proyectos y cada uno de los actos en los que anualmente se reconocía la colaboración de las personas que donaban documentos, retazos de su propia memoria, al Archivo de la Democracia.

Fueron años intensos, casi una década, que pude compartir con el maestro, consejero y amigo. Muchas horas de coche recorriendo la provincia para organizar las exposiciones del Archivo, presentar sus publicaciones, compartir recuerdos y anécdotas con los donantes. Las exposiciones se inauguraban en horario vespertino, acabábamos tarde a menudo, y Pepe mostraba siempre una vitalidad y un buen humor envidiables sólo condicionados por la preocupación de Maribel, su mujer, a quien quería con devoción. Sólo de ella dependía su disponibilidad, y nos lo transmitía, porque Pepe era así. Él, con su humanismo, y sus dotes comunicativas intervenía en nombre del Archivo de la Democracia, ofrecía una charla sobre la exposición y los allí presentes disfrutábamos de un relato ameno y didáctico sobre la Transición en Alicante. Asistíamos a la simbiosis entre el político de dilatada carrera y el profesor vocacional. Aprendíamos todos y aquellas actividades estrecharon lazos de amigos y compañeros que ahora seguro que, como yo, lo añoran con nostalgia. Porque Pepe Beviá ha sido y seguirá siendo el Alma Mater del Archivo de la Democracia. Es muy grande la deuda que este proyecto tiene con él, pero es todavía mayor la que tengo contraída con él por su generosa amistad y sus valiosos consejos. Hay personas que, aun sin estar presentes, siempre nos acompañan porque nos dejan una huella indeleble. Gracias por todo Pepe, tu recuerdo nos acompaña.