Siempre que se va un ser querido también lo hacemos, un poco, nosotros mismos. Nuestro ser está construido, también, por las relaciones más cercanas. Se nos ha ido Pepe Beviá y seguro que somos muchos los que perdemos algo de nuestras vidas.

Su labor docente y su dedicación a la actividad pública han permitido que abundemos quienes hemos tenido la inmensa fortuna de cruzarnos con él y de beneficiarnos de su capacidad de trabajo, su inteligencia y su empatía.

No tuve la suerte de ser alumno suyo; estudié en el Instituto Jorge Juan entre 1965 y 1972, y Pepe era el director del Instituto Femenino, posteriormente Miguel Hernández. Pero ya entonces tuve muy buenas referencias suyas.

Le conocí personalmente en 1979, cuando me afilié al Partido Socialista, y desde entonces puedo ofrecer un testimonio directo sobre su persona. Han sido 38 años ?más de los que tienen mis hijos?los que he compartido, en algunos periodos con un contacto más intenso, en otros más sosegado, pero permanente. Como es el contacto entre los buenos amigos.

Solamente puedo hablar de sus virtudes docentes por las abundantes referencias positivas que me han llegado, pero sí lo puedo hacer de primera mano acerca de su excelencia como hombre preocupado por la «res pública».

Pepe siempre ha sido un político singular; en su trabajo parlamentario llegó a tener responsabilidades muy relevantes: fue secretario del grupo socialista y llegó a ser vicepresidente del Congreso de los Diputados, pero nunca dejó de tener los pies en el suelo y siempre se preocupó de los problemas de su circunscripción.

Mi presencia en la Diputación, entre 1983 y 1999, coincide con una parte importante de su pertenencia a las Cortes Generales; fue una época de trato muy fluido, en el que él buscaba mejorar sus percepciones desde la atalaya privilegiada del ayuntamiento de ayuntamientos y yo su colaboración para despejar los obstáculos que facilitaran la resolución de los problemas de nuestra tierra.

Entonces se forjó nuestra extraordinaria relación, pasando de ser compañeros a ser amigos. No siempre estábamos de acuerdo en todo e incluso a veces discrepamos abiertamente, pero los dos sabíamos que un amigo no es aquel que te dice lo que quieres oír, sino quien manifiesta con lealtad lo que piensa, aunque a veces te escueza.

A pesar de que existe una generación entre nosotros, en muchas ocasiones era él quien parecía el más joven? probablemente sus aptitudes docentes y su contacto previo, durante muchos años, con gente de menor edad, le dieron una capacidad de la que algunos carecemos para estar al tanto de los cambios en los tiempos y de las preocupaciones de las nuevas generaciones.

Con Joan Romero y muchos otros compañeros nos embarcamos, en 1997, en un proyecto de cambio y renovación del PSPV-PSOE, que fuerzas muy poderosas en el seno del partido frustraron sólo dos años después. A ambos nos supuso la salida de la política, pero ninguno nos arrepentimos de haber dado esa batalla.

Fueron dos años apasionantes, en los que pude profundizar, todavía más, en la personalidad de Pepe. Presidía con «auctoritas» las sesiones de la ejecutiva y, al mismo tiempo, era capaz de mostrarse muy divertido cuanto tocaba. Recuerdo con agrado como contaba chistes en los momentos de asueto. Destacaba, sobre todo por su capacidad de reflexión, algo que proporciona la inteligencia que tenía, las ganas de aprender permanentemente y el interés por ser capaz de ponerse en la piel de su interlocutor. La empatía: algo que Pepe ha derrochado a raudales.

En una etapa de escandalosa «tuitorrea», en la que el pensamiento se destila en escritos de 140 caracteres, en la que las ideas y los mensajes se marchitan en pocas horas y en la que más que pensar en lo que uno dice se está pendiente de lo que dicen los demás, no para aprender de ellos, sino para ver en qué se les puede «pillar», se hacen imprescindibles personas como Pepe Beviá, conscientes de que hay que saber interpretar la realidad, que las causas de los fenómenos pueden quedar ocultas, que los problemas complejos no tienen soluciones fáciles y que la inspiración para resolverlos no llega sin esfuerzo.

De su genuino interés por la docencia y los asuntos públicos da idea el hecho de que, acabada su etapa de parlamentario, regresó inmediatamente a la docencia y se implicó, con ahínco, en el proyecto de crear el archivo de la democracia. Pensó que, mejor que descansar, continuaba siendo gratificante hacer más cosas por sus conciudadanos y por los valores de una sociedad democrática que había ayudado a construir como Senador constituyente.

Su mujer y sus hijas están viviendo momentos muy duros. Todos los que hemos perdido a nuestros padres o a un hermano, lo sabemos, pero ellas conocen que Pepe ha tenido una vida plena y que ha ayudado a llenar la de los demás. La única caricia que se me ocurre para consolarlas es decirles la verdad: tienen el derecho, e incluso la obligación, de estar muy orgullosas de su marido y su padre.