Josep Vicent Beviá se nos ha marchado. Sabíamos de su lucha contra la enfermedad, pero aún así confiábamos en que podría superarla. Tristemente no ha sido posible y, con ese estilo discreto que le caracterizaba, nos ha dicho adiós el mismo día en el que los socialistas valencianos celebramos un Congreso en el que todos y todas le echaremos de menos.

Josep ha sido uno de los grandes políticos que ha dado nuestra tierra. Por ello, no sólo San Vicent del Raspeig y Alicante, sino la Comunitat Valenciana, le debe un sentido recuerdo y una renovada muestra de reconocimiento.

Reconocimiento a un Josep Bevià que deslumbraba con su bagaje cultural, alimentado por el profundo conocimiento de las lenguas clásicas y de sus autores que, con tanta pasión como inteligencia, supo transmitir a varias generaciones de estudiantes en institutos y la Universidad de Alicante.

Como antaño ocurría, los caminos de la enseñanza le llevaron desde Alicante a Vigo y, desde allí, a varios centros de bachillerato de Alicante. Si Machado ?otro profesor de bachillerato- cargaba con la mochila de sus versos, Josep lo hacía con la de sus atenienses.

Su formación humanista se reflejaba en su carácter. Era un hombre de paz y diálogo, dedicado a la construcción de puentes y, sin despegarse de sus convicciones, adoptaba cuando era necesario esa figura que los valencianos llamamos «el hombre bueno, l'home bó». El tipo de persona que irradia serenidad y autoridad moral.

Y este hombre que, al igual que otro de nuestros grandes personajes ? Joan Francesc Mira- tomaba del Egeo la energía para alimentarse intelectualmente, fue el mismo que decidió destinar sus fuerzas a la construcción de los valores ilustrados desde las filas socialistas.

Amigo de Vicent Ventura y de Ernest Lluch, recaló en el Partido Socialista Popular y fue senador en la Legislatura Constituyente. Uno de los escasos valencianos que tuvo el honor de participar en aquella aventura gozosa que fue la recuperación de la legalidad democrática. Poco después nos encontraríamos, en 1978, cuando se produjo la unificación del PSOE, PSP y PSPV.

Desde aquel momento fuimos compañeros de partido y de proyecto. Un proyecto en el que la sentida sensibilidad social de Josep se desplegó, especialmente, en torno a la cultura y a la educación. Fue, de hecho, conseller de Cultura en el gobierno preautonómico y, con posterioridad, en su dilatado paso por el Senado y el Congreso, tuvo ocasión de mostrar sus inquietudes sobre la reforma educativa. En particular, la de las enseñanzas universitarias y medias que tan directamente conocía.

Su tiempo de servicio en las cámaras legislativas -vicepresidencia del Congreso incluida- se extendió desde 1977 hasta el 2000. Una carrera parlamentaria de veintitrés años que le mereció el reconocimiento público, incluido el que le brindó la ciudad de Alicante al dedicarle la calle que lleva su nombre.

Desde aquel 2000, Josep Vicent regresó al mundo de la educación y la cultura aunque, en ese mismo año, experimentó el dolor de perder al amigo Ernest Lluch, vilmente asesinado por el odio terrorista. Lluch con el que compartía generación, sensatez, inteligencia y vocación socialdemócrata. Para dejar constancia de aquella amistad tan abruptamente silenciada, Josep Vicent impulsó desde la Universidad de Alicante la publicación «Ernest Lluch. Un exemple de tolerància al País Valencià».

Sí, tolerancia y, asimismo, generosidad. Virtudes que ambos cultivaban y que, en el caso de Josep Vicent, se reiteró cuando, entre 1997 y 1999, fue presidente del PSPV, con Joan Romero de secretario general.

Los socialistas valencianos tenemos la ocasión, triste pero ocasión, de recordarle en este fin de semana. De tomarlo como ejemplo de una conducta ética irreprochable y de una generosidad y coherencia sin tacha. Una persona que estaba en la política por vocación de servicio, sin mayor ambición que ser útil a los alicantinos y a los valencianos, trabajar por ellos y el conjunto de nuestra Comunitat desde una mirada progresista.

Su ausencia, en estas fechas, también nos anima a perseverar en la normalización y uso del valenciano, del que Josep Vicent era un aferrado defensor. Él empleaba en ocasiones el término «autofagia» para referirse a los valencianos que se dedican a devorar su propio origen al rechazar la cultura que les pertenece. A devorar una parte de sí mismos, como si con ello alcanzaran algún logro racionalmente satisfactorio y socialmente provechoso. En su memoria, seremos firmes ante esos impulsos auto-destructivos.

Descansa en pau, estimat amic. Per fortuna, parafrasejant Kavafis, el teu viatge per la Itaca valenciana ha estat llarg, ple d'aventures i experiències. Recorde fa molts anys quan el vaig conèixer i ho vaig veure com diu la cançó de Raimon, sempre amb la bondat a la cara.