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Compasión

El nuevo director de los Mossos ha asegurado en un tuit que todos los españoles le dan pena

Cuentan que en una ocasión un periodista le preguntó a Bertrand Rusell qué opinaba de los alemanes. El filósofo contestó que no lo sabía porque no los conocía a todos. El nuevo director de los Mossos d´Esquadra de Cataluña, Pere Soler, ha asegurado hace poco en un tuit algo así como que todos los españoles le dan pena: desde Cervantes a Picasso; desde Marañón a Ramón y Cajal. Cabe deducir que tiene una capacidad muy superior a la de Rusell a la hora de saber lo que sabe y, digo yo, también una conmovedora aptitud para compadecerse del prójimo confesando la pena que le da. Cierto es que eso de prójimo, en el contexto de las pasiones soberanistas, puede que no se aplique a los españoles. Pero, por otra parte, es bastante común tener sentimientos compasivos más allá no sólo de las nacionalidades sino incluso de las especies. Son muchos quienes se lamentan del espectáculo taurino y no por el riesgo que corren los toreros sino, sobre todo, por las penalidades que sufren los toros. Así que habrá españoles que se caigan de cualquier acto de compasión pero otros, a lo mejor, pese a su estulticia, perversidad y torpeza, igual merecen el lamento del señor Soler. Que incluya a todos ellos en su pena reconocida es una prueba excelente de la magnanimidad y grandeza de espíritu de la nueva autoridad. La compasión es virtud bíblica que gana peso cuando anda por medio la condición de miserable. Por ahí iba la parábola del buen samaritano, el hombre perteneciente a un pueblo que, para la sociedad hebrea, venía a ser como un conjunto de leprosos espirituales. Igual que los españoles, vamos. Pese a su condición infame, el samaritano del evangelio de San Juan cuenta con amplias dotes para prestar ayuda; tantas como para compadecerse del judío de Jerusalén asaltado por los bandidos y al que el samaritano brinda ayuda. Pero, claro, se trata de una narración metafórica que tiene poco que ver con los tiempos que corren ahora. Los doctores de la ley de ahora no tienen un mesías al que acudir en busca de inspiración, y así nos va. La compasión en bloque, hacia todo un pueblo, es tarea quizá demasiado ardua para considerarla por completo sincera, más allá del valor retórico de las palabras. Pero en ocasiones, yendo de viaje, puede que el hoy director de la policía autonómica se topase con personas en apuros. Seguro que lamentaría sus cuitas. La condición de tales desgraciados se manifestaría en cuanto abriesen la boca, que por la lengua se reconoce al hablante, y quizá algunos de esos ciudadanos en apuros fuesen japoneses o afganos. ¿Habría lamentado igual el señor Soler que perdiesen el avión, les hubieran robado la cartera o no encontraran hotel en el que albergarse si, en vez de ser ciudadanos asiáticos, se tratara de españoles?

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