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Europa de muchas caras

Dejando de lado la comprensible hipocresía de los gobiernos que se comprometen a una cosa y después no la cumplen, el hecho es que el problema de las pateras toca una de las fibras sensibles de los europeos en general y de los españoles en particular. Hay, en efecto, ONG dedicadas a su salvamento y posterior ayuda o, desgraciadamente, a recoger cadáveres de los que han muerto en el intento de llegar a las costas europeas convirtiendo el Mare Nostrum en un indecente cementerio. Sin embargo, hay que añadir otras ONG, tan europeas como las anteriores, que se organizan para evitar que esos emigrantes, demandantes de asilo o fugitivos de hambrunas, sequías y torturas acaben viviendo entre nosotros poniendo en peligro nuestra identidad, sobre todo en la medida en que no respeten nuestros valores. ¿Nuestros valores?

Lo que antecede ya muestra que no hay unanimidad entre los europeos ya que unos valoran el pragmatismo (egoísta, por supuesto), otros la defensa de las propias costumbres que se suponen eternas e inamovibles y los de más allá prefieren mantener viejos principios como aquel de «soy hombre, y nada humano me es ajeno» que pone la Humanidad y la vida humana digna por encima de otros valores.

Se podrá decir que es la religión lo que nos une y muchos de «estos» vienen con otras religiones (falsas, por definición, ya que la única verdadera es la nuestra) a poner en peligro la nuestra. Sarkozy, europeo evidentemente, era muy claro sobre su país «país cristiano en su cultura y sus costumbres», cristiano donde los haya, en el que «todo el mundo tendría derecho a cultivar su diferencia excepto el pueblo francés que cometería un crimen contra la alteridad por querer seguir siendo él mismo». Y lo mismo se diría de Europa. Pero ¿es tan claro que Europa es un país cristiano, como se pretendía introducir en el proyecto de Constitución europea? Pues depende.

Primero, porque hay suficientes variantes de la religión más difundida, incompatibles hasta ahora entre sí y tan incompatibles que han llevado a diversas «guerras de religión». Católicos, ortodoxos, protestantes (calvinistas, luteranos, anglicanos, etcétera) tienen, cada cual, sus valores que no coinciden de uno a otro. La bibliografía sobre el papel que cada una de estas variantes ha tenido en el origen del capitalismo supongo que se ha cerrado por agotamiento desde Weber, Fanfani, Troeltsch, Sombart hasta Tawney. Pero supongamos que es la misma y veamos algunos ejemplos.

Tomemos libros de autores alemanes y aledaños (europeos por excelencia incluso para decir a los demás qué tienen que hacer, por ejemplo, con su deuda externa). Por orden cronológico tendríamos a Kant y su La religión dentro de los límites de la mera razón. Este «Tartarín de Koenigsberg» como le llamaba Machado, reaccionaba en su tiempo precisamente contra las guerras de religión y procuraba desligarla de los particularismos religiosos para encontrar en «la razón» un criterio pacificador. Otra cosa es que Koenigsberg ahora es Rusia, Kaliningrado. Viene después el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, donde aparece la conocida frase de «la religión es el opio del pueblo», es decir, que eso que llamamos religión es utilizado por una clase (la dominante) para mantener abotargadas a las clases subalternas. Cambió el siglo y el austro-alemán Hitler escribió Mi lucha, explícitamente anti-cristiana y, como es sabido, explícitamente antisemita, es decir, anti-judía, asunto en el que, después, se sustituyó por la islamofobia del tipo del noruego Breivik. Qué pueda tener en común la Introducción al cristianismo de Ratzinger, después Benedicto XVI, con los anteriores parece bastante claro. Como clara queda la inutilidad de buscar elementos comunes entre estos autores si vamos un poco más allá del puro juego de palabras y bajamos al contenido real de las mismas.

No es esto una diatriba anti-europeísta, sino una llamada al sosiego y un aviso para los que quieren defender «Europa» mediante la islamofobia o el asimilacionismo de los diferentes, ese asimilacionismo al que se refería Sarkozy que he citado y que tal vez lo hacía en competencia electoral con el Front National que en su día (con el padre) fue antijudío y ahora es (con la hija) anti-musulmán.

No me parece que el camino de la exaltación de la identidad sea el más apropiado para una convivencia tranquila y beneficiosa para todos. Puede ser útil como «opio», que decía el Manifiesto, para esconder otros intereses políticos que se nutren de la exaltación de sentimientos primarios, tan animales como la xenofobia que compartimos con muchas especies no-humanas. Poco más.

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