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Bartolomé Pérez Gálvez

Ninis

Dudo que nada hipoteque el futuro de este país, en mayor medida, que el fenómeno de los «ninis». Eso sí, el drama acaba convirtiéndose en una suerte de Guadiana, que aparece y desaparece según le viene en gana a la clase política. El asunto solo se recuerda coincidiendo con la presentación de algún informe, como los indicadores del Panorama de la Educación (Education at a Glance) que cada año elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Surgen los datos y poco más, porque ni se adoptan las mejoras propuestas en el sistema educativo, ni acabamos concienciados de la magnitud del problema y de su trascendencia en el desarrollo económico nacional.

De uno a otro año, los datos no suelen variar en gran medida. Casi una cuarta parte de la juventud española, con edades comprendidas entre los 15 y 29 años, ni estudia ni trabaja. En concreto, el 22,8% de estos jóvenes. Del resto, la mitad se defiende entre libros y pendiente de cuál será su futuro laboral. Solo el 28% se encuentra ya trabajando. ¿Es mucho o es poco? Pues nuestra tasa de «ninis» duplica el promedio registrado en los países que integran la OCDE (14,5%), y solo nos superan turcos, griegos e italianos. Háganse una idea de cómo está el patio. Cierto es que las cifras han mejorado ligeramente en los dos últimos años, pero ahí seguimos en la cola y sin capacidad de reacción para modificar el panorama. Estos son los mimbres con los que habrá que reconstruir el país y así están. El resto, meras hipótesis.

Andamos preocupados ?o, al menos, así debería ser- por el complejo panorama de las jubilaciones. Aquí todo hijo de vecino mira hacia otra parte, como si esta espada de Damocles no colgara sobre nuestras propias cabezas. Pero anden preparándose para cuando les llegue y vayan pensando cómo afectará al nivel de vida del que ahora disfrutan, por mucho que despotriquen ahora. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) estima que, hasta el año 2020, las pensiones solo subirán el límite mínimo establecido. Es decir, un mísero 0,25% anual que queda en las antípodas del previsible ascenso anual del Índice de Precios al Consumo (IPC). Como no hay mal que venga solo, desde el Fondo Monetario Internacional han vuelto a mover ficha, aconsejando que no se revaloricen estas prestaciones sociales. Y, para ahondar más en la herida, de la hucha de las pensiones ya no queda ni para pipas porque, al colchón que aseguraba la paga de los jubilados, le han mangado la friolera de 54.000 millones de euros en los últimos seis años. Imaginen cómo habrá quedado el raquítico Fondo de Reserva, que se ha tenido que solicitar un préstamo para pagar la extra de verano de los jubilados, porque no había de dónde rascar.

Como esto de la economía acaba siendo un sistema de vasos comunicantes, mal vamos si crecen los gastos y no hay ingresos para compensarlos. Cierto es que podemos seguir los pasos del viceprimer ministro japonés, Taro Aso, y solicitar a los mayores que se den prisa por morir, para ahorrarnos pensiones y gastos sanitarios. Seguro que más de uno anda deseándolo. Parece más lógico que los ingresos se incrementen como resultado de una mayor tasa de actividad laboral entre los grupos de edad más jóvenes. Esta es la única salida que se nos presenta, para mantener estables las necesidades económicas propias de una pirámide poblacional invertida, como es la española.

Cualquier propuesta relativa a las pensiones, está obligada a contemplar ?y solucionar- el problema de los «ninis». Es imposible establecer un escenario de mejora, mientras uno de cada cuatro jóvenes españoles siga sin estudiar ni trabajar. No solo se encuentran impedidos para aportar su granito de arena en el mantenimiento de las clases pasivas, sino que se convierten en pensionistas crónicos «de facto», porque difícil ?cuando no imposible- será que un sujeto de 30 años, sin oficio ni beneficio, tenga otra salida que no sea la de malvivir a costa del subsidio permanente. Independientemente de ideologías, coincidiremos en que una cosa es la protección social y otra, bien distinta, permitir la parasitación de la sociedad. Porque esta protección se inicia en la propia prevención del problema, y no en las políticas de auxilio social que acaban por reventar las narices de quien sustenta al Estado. Vaya, las suyas.

Mientras andamos en estas, el gobierno de Rajoy se saca de la chistera una medida que parece más propia del populismo que caracteriza a Iglesias o a Sánchez, aunque la autoría intelectual se les atribuye a los chicos de Rivera. En cualquier caso, una muestra más de la política del impacto y la inmediatez: los contratos de los «ninis» se complementarán mensualmente con 430 euros, procedentes de las maltrechas arcas del Estado. Son fondos europeos, ciertamente, pero podrían haber tenido mejor destino. Entre el salario mínimo y este plus, los contratos superarán los 1.200 euros mensuales. Bueno será para quién lo disfrute, pero hubiera sido más efectivo fomentar más empleo, en vez de invertir en esta subida de salarios, que vuelve a cargarse a la espalda el sufrido contribuyente. Con un paro juvenil del 41%, tal vez fuera más coherente actuar en esa dirección. Cuando menos, eso dicen los expertos. La Comisión Europea ya ha manifestado sus dudas y advierte que espera resultados.

La evidencia científica ?por extraño que parezca, existe en este campo- indica que no se trata simplemente de encontrar un trabajo, sino de desarrollar programas integrados por distintos componentes. Aspectos tales como las habilidades de comunicación, la adquisición de competencias o incrementar la motivación, son básicos no solo para encontrar una oportunidad laboral sino para mantenerla. Un joven sin hoja de ruta hacia un horizonte, difícilmente podrá mantener cierta estabilidad laboral. Como tampoco lo conseguirá ese «nini» que no dispone de un mínimo nivel de estudios. En España, el 40% de quienes ni estudian ni trabajan, no han superado la Educación Secundaria Obligatoria. Sin formación, es obvio que no hay posibilidad alguna de acceso al trabajo. Y mientras la tercera parte de los adultos jóvenes españoles no sean capaces de hacer la «o» con un canuto, olvídense de proyectar en el futuro.

Por cierto, que lo de los «ninis» no solo es cuestión de los distintos gobiernos, que ya está bien de lanzar balones fuera. Quienes han estudiado el tema en profundidad, coinciden en advertir que mucho tenemos que ver los padres y las madres en esta historia. Y, por supuesto, toda esta sociedad en la que seguimos favoreciendo la cultura de la inmediatez sobre la del esfuerzo y la previsión. Porque, si de valores se trata, aquí empezamos a estar faltos de capacidad de sacrificio y un tanto sobrados de hedonismo. Somos mediterráneos, sí señor.

Ya no se trata de salvaguardar el futuro de una generación, sino el de todo un país. En caso contrario, vayamos olvidándonos ?ahora sí, de verdad- de servicios públicos y pensiones. Habrá que ser un poco más egoístas, ¿no creen?

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