Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dice la Academia que liderar es «dirigir o estar a la cabeza de un grupo, de un partido político, de una competición, etc.», pero obviamente esta definición es bastante incompleta porque un líder no es sólo el que llega a un cargo por azar, se impone al resto o se lo regalan -que de esos hay muchos- sino el que realmente cumple una labor de guía casi espiritual para una serie de homínidos. Desde este último punto de vista, desde los tiempos de las cavernas necesitamos un macho alfa que nos dirija en la caza, nos oriente en nuestras plegarias o establezca lo que está bien o está mal, ya que, como seres gregarios y temerosos, no se nos puede dejar solos.

Pero los líderes no llegan a serlo por ciencia infusa ni les toca un décimo en la rifa y así se ponen a la cabeza de la manada. En la naturaleza, que es muy sabia, el poder se conquista luchando contra los congéneres que se creen capacitados para transmitir sus genes «premium». En la lucha no ganan siempre los más bestias, aunque la fuerza bruta sea una parte de la ecuación, pero claro estaría feo ver peleándose a un chiquito como Iglesias con un señor mayor como Mariano, así que la evolución ha desarrollado mecanismos mucho peores pero más políticamente correctos, como elecciones y chanchullos semejantes. Obviamente el mecanismo es bastante poco fiable, de tal forma que una cosa es mandar, otra liderar y una última calentar sillón, versiones diferentes de un mismo papel interpretado por diferentes actores.

Llevamos años unos cuantos -y yo mismamente- llorando por la carencia de un líder provincial que plante cara a quien haya que plantarla y lidere el batallón de los indecisos, que somos todos los demás. He escrito hasta desgastar el teclado que es tierra desgraciada la que precisa un capitán que levante el estandarte, pero que es mucho peor que haya quién lo alce, se lance contra los cañones enemigos y en volviéndose vea que no le sigue nadie. En resumidas cuentas que sería muy mala suerte que una provincia con casi dos millones de habitantes, que recibe gentes de cien mil raleas, no fuese capaz de alumbrar un líder o una lideresa.

Aparte de todo hay muchas clases de líderes: carismáticos y peligrosos como Felipe o antipáticos y resolutivos como Aznar, y no podemos tenerlo todo en la misma persona, por eso viene muy bien la capacidad de liderar equipos y cuanto más divergentes en sus planteamientos, mucho mejor. Maquiavelo lo dijo todo en El Príncipe, así que no voy a venir yo a reventarle los derechos de autor, aunque también es cierto que a Don Nicolás le importaba tres pitos cómo se llegase al poder o los medios para mantenerse en él, que incluían torturas, asesinatos y otros agradables trucos para hacer desaparecer el problema y a los puñeteros rebeldes.

A mí me desvela muchas noches -mi mujer dirá que es mentira, que duermo como un ceporro- la duda sobre qué hacer si los líderes no salen espontáneamente como los caracoles tras la lluvia. ¿Se va a buscarlos como los monjes budistas a las reencarnaciones de los Lamas? ¿Se los inventa uno esperando que no le salgan rana? ¿Aceptamos el hecho de alguien que ha accedido al trono por casualidad, pero que también por casualidad puede dar juego? ¿Ponemos un anuncio en INFORMACION: «Búscase líder alto, joven y educado para promover una provincia. Remuneración a convenir»?

No veo yo fácil el tema, y menos con la destreza que tenemos los alicantinos, aunque seamos de adopción, para cargarnos a todo aquel que despunta, que es llegar a Villena y nace en nosotros un ansia cainita de poner a caer de un burro a cualquiera que haya medrado o lo intente. Ello no obstante, hay que reconocer que nunca un aspirante a líder provincial lo tuvo tan fácil como ahora. En tiempos habría tenido que pelearse con Valenzuela, con Ripoll, con Quintanilla o con Alperi para ver quién las decía más gordas contra Valencia y en otros más antiguos acudir en vespa a Madrid para que el insigne caudillo le tolerara el biquini en las playas de Benidorm. Ahora valdría con hacer arrumacos a dos o tres, lanzar unas proclamas ilusionantes y tendríamos la gran esperanza blanca en camino. Se necesita una tribuna y buena voz, pero dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, que dijo Galileo.

Ya no me voy a poner exquisito en si son churras o son merinas, me conformo con lo que «haiga» reconociendo que seguramente será más fácil aquello de meter al camello por el ojo de la aguja que encontrar una persona capaz de aglutinar voluntades y ponerse a la tarea de reconstruir este territorio y no dejar pasar ni una. El tiempo pasa que da grima y como nos descuidemos el arroz tendrá ese punto pasado cutre de las paellas de menú baratero en playa mochilera.

O si no, seguimos de vacaciones durmiendo la siesta, que tampoco es mal plan ahora que lo pienso.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats