La revelación de que la RAE aceptaba como imperativo «iros» además de «idos», encendió el debate. Nada hacía presagiar la tormenta desatada a propósito de esta decisión. El inusitado interés popular demuestra cuán fino ha de hilarse a la hora de tomar decisiones que afecten al uso del idioma, patrimonio de los hablantes, según se empeñan en recordarnos y en dejar patente.

La Academia se ha visto obligada a aclarar que la forma más recomendable en la lengua culta para la segunda persona del plural del imperativo de «irse» sigue siendo «idos». No obstante, dada la extensión de la variante «iros», incluso entre hablantes cultos, dicen, se puede considerar válido su uso.

La norma es que se pierda la -d final cuando se le añade el enclítico «os», pero se hace una excepción con el verbo «ir», se mantiene la d, dando lugar a la forma «idos» y no «ios», empleada en español antiguo.

Así, a partir de ahora «idos» convivirá con la forma vulgar pero correcta «iros».

La aceptación de «iros» no implica la de «marchaos» o «piraos», por ejemplo, pero teniendo en cuenta que en la lengua oral coloquial es frecuente el error de formar el imperativo con el verbo en infinitivo, mucho nos tememos que se hayan sentado las bases para la sustitución. Permitir la excepción de la excepción podría abrir el camino a la generalización, un riesgo nada desdeñable.

También las voces «ves» o «irse», están muy extendidas en el lenguaje oral, pese a ser incorrectas. Recuérdese el célebre «si me queréis, irsen», espetado por Lola Flores a la concurrencia que abarrotaba el templo en las nupcias de Lolita. Así las cosas, es de justicia el reconocimiento póstumo a la Faraona como precursora en la renovación del lenguaje.

Fuentes de la Academia declaran que muchos novelistas mostraban su rechazo a la forma «idos» y preconizaban la incorporación de «iros» al diccionario y a sus diálogos. El acabose. Podría aceptarse este uso vulgar en el lenguaje coloquial, pero el lenguaje escrito debería preservar el valor de la palabra, atenerse al uso correcto y huir del vulgarismo.

La RAE ha salido al paso de las críticas aclarando que no es policía sino notaria del idioma y que el Diccionario no autoriza el uso de las palabras, sino que lo refleja.

Según se reconoce estatutariamente, la Academia ha de velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en el ámbito hispánico. Igualmente, debe procurar la conservación del genio propio de la lengua, así como establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, y contribuir a su esplendor.

A tenor de ello, la RAE no debería ser mera fedataria del empleo de vocablos porque sus decisiones son determinantes para la cultura idiomática de los hispanohablantes.

Mutatis mutandis, este caso supone la trasposición al ámbito de la lengua de la institución jurídica de la «usucapio» (tomar por el uso) que permite adquirir la propiedad de los bienes mediante la posesión continuada en el tiempo; análogamente, el uso generalizado y prolongado de una palabra errónea, legitima su utilización, le otorga el derecho a entrar en el Diccionario. En definitiva, una suerte de usucapio lingüística.

Aunque de menor fama que los de marzo, también eran idus los días 15 del mes de julio, que precisamente toma su nombre de Julio César nacido por estas fechas. El día después de los idus de julio se desataba una polémica que hacía evidente el influjo nominal juliano en la disputa.

¡Guárdense, ilustres académicos, de los idus de julio!

Solo algunos escritores añosos con ínfulas arcaizantes emplean estos términos, de modo que convendría, en un alarde de solidaridad con el proscrito «idos», proponer la sustitución de «idus» por «irus», ambos de dudoso origen. En el futuro, los «irus» de julio servirían para conmemorar la consagración de la democracia lingüística, esto es, el reconocimiento de la voluntad popular mayoritaria como creadora del acervo lingüístico al margen de la norma.

«Todos somos idos», podría enarbolarse como lema de pancarta en defensa del imperativo. Según parece, además de serlo, lo estamos.