Se acaba de presentar al público el libro Mohamed VI: El rey estabilizador, anunciado por los medios de comunicación como el primer libro en castellano sobre la monarquía marroquí. Particularmente, me parece muy relevante que vayamos conociendo en profundidad a una de las grandes figuras de la vida política mundial, que con su formación e inteligencia, está dando grandes servicios a la humanidad y, por ende, al pueblo español y marroquí.

Debemos tener muy presente que cuando hablamos de monarcas que representan a sociedades democráticas, somos más exigentes que si tratáramos a otros jefes de Estado, y ello es porque se suele olvidar que uno de los grandes retos de la convivencia histórica de una nación ha sido alcanzar la meta de articular la realidad social y las instituciones y formas políticas del Estado.

Hasta llegar a ese gran momento del consenso nacional de formar parte común de la nación, todas y cada una de las unidades que, posteriormente formarán la nación o el Estado, tuvieron que sufrir largos y complejos procesos hasta llegar al convencimiento de que su verdadero papel en la historia se encontraba dentro de la integración y la convergencia con el resto de entidades. Una enorme multitud de realidades geográficas, étnicas, lingüísticas, religiosas, económicas y culturales marroquíes, debieron superar sus divergencias hasta llegar a un pacto final. La mezcla de todos estos factores, de sus propios procesos históricos y de los avatares que han sufrido se olvidan cuando se llega al acuerdo final de formar una Nación, de tal forma que es necesario hacer un gran esfuerzo de inteligencia para conocer y comprender cómo se ha llegado a este punto y cómo se han comportado cada una de las razones históricas que nos han llevado a convivir juntos. Ahí, es donde aparece la figura del monarca Mohamed VI y lo que representa la propia Monarquía alauita para nuestro pueblo hermano de Marruecos.

Siendo importante el papel de depositario de las múltiples razones históricas que completan el consenso para ser una sola nación, al igual que en otros países lo son otras instituciones, monárquicas o no, cobra un mayor sentido el gran papel estabilizador de la monarquía que representa el rey Mohamed VI, en la medida en que el simboliza el eje central de la nación, a modo de virola que sujeta y da coherencia a cada una de las varillas de un abanico, capaz de integrar la multitud de entidades históricas de la Nación de Marruecos, comprensiva de cada razón histórica y, al final, unificador para la construcción diaria de un proyecto común para todos los marroquíes, labor que ya iniciaron sus antepasados y que él continúa e impulsa junto a las nuevas instituciones de la nación.

Nunca debe extrañarnos que algunas de estas estructuras o entidades sociales que se han ido integrando a lo largo del tiempo en una nación planteen conflictos y que los mismos se razonen sobre el contenido histórico que les llevó a formar parte de una gran comunidad. Lo que nunca debe olvidarse es cómo y por qué se llegó a un gran consenso, las razones para atravesar un camino complejo y, ante todo, no se debe relegar en esta mirada hacia atrás las mutuas renuncias a las que hubo que hacer frente para que una sola de esas unidades sociales o estructuras se acomodaran dentro del conjunto de la nación con los mismos derechos y deberes. Atendamos al paralelismo con otras sociedades y con el revisionismo nacionalistas de un pasado al que aluden solo en la parte que interesa relatar o simplemente lo deforman. De ahí la relevancia de disponer de una suprema institución del pueblo soberano, insobornable y veraz, que, en el caso de la sociedad marroquí, está representada por el rey Mohamed VI, que personifica la mayor institución del Estado y de la nación, ejercitando su gran papel estabilizador cuando surgen los referidos conflictos.

Hoy, cuando puede afirmarse que existe una nueva humanidad compuesta de naciones conectadas entre sí, donde los problemas ya no son regionales sino que cada cuestión que ocurre afecta al conjunto global, adquiere para cualquier nación una especial importancia disponer de una figura estabilizadora, representativa de unas instituciones sólidas, que confiera personalidad a la nación y represente y defienda el proyecto común de todo el pueblo. Así veo la realidad de la monarquía marroquí y de su rey estabilizador, Mohamed VI, garante de la solidaridad de todas las realidades sociales e históricas que han conformado a lo largo del tiempo el gran reino de Marruecos.

Una monarquía, como la que representa Mohamed VI, está demostrando que conoce perfectamente su deber de impulsar los grandes recursos humanos que han llegado a formar la nación marroquí, con el convencimiento de proyectarlos juntos en objetivos comunes; mostrando las metas de unas sociedades nuevas que estarán basadas en el desarrollo sostenible y respetuoso con la naturaleza y el medio ambiente, en la solidaridad entre personas y grupos, que trascienden las propias fronteras y en la seguridad de que las próximas generaciones han de recibir un mundo y una nación estable, donde los recursos se distribuyan con equidad y en base al mérito de cada uno y donde los instrumentos de desarrollo y de producción económica no estarán basados exclusivamente en la explotación de los recursos naturales, sino en la utilización de la inteligencia y el predominio de la educación inteligente y bondadosa.

En suma, la monarquía que encarna Mohammed VI, calificado con acierto por el autor del libro, que se ha presentado hoy en Madrid, como el rey estabilizador, supone, a mi juicio, el gran baluarte de la nación marroquí a favor de los cambios profundos del presente y del futuro, que no pongan en cuestión la unidad y la coherencia del reino de Marruecos y de su nación. Precisamente, son sus obligaciones con la sociedad marroquí, que viene desarrollando desde su llegada al trono, los que legitiman día a día la necesidad del monarca Mohammed VI como gran institución del Estado, porque siempre que el monarca esté al servicio de la sociedad, siempre que cumpla los deberes para con ella, será mayor su legitimidad, su prestigio y su imprescindible papel de estabilizador.